Albert Rivera, el dandy del
Congreso está más por la labor de ser un gigoló chancero de la noche madrileña
que de ser un político como piensan sus cada vez menos votantes. A Albert
Rivera se le van sus socios fundadores y gran parte del montón de confundidos.
Es un ideológico sin ideas, parecía nacido para renovarla y traer nuevos bríos
llenos de actitudes modernas y un toque fresh, al final terminará siendo
lugarteniente de Puigdemont. Como la mayoría de jóvenes conservadores europeos,
no duda en abrazar las libertades traídas por otras ideas que en épocas pasadas
parecían propias de la izquierda irreverente: laicidad, actitudes desenfadadas,
aceptación del aborto y de la sexualidad sin complejos, parejas de hecho… Con
este tipo de comportamientos, los más progres de los liberales se han sacudido
los corsés de las buenas costumbres y algunos anatemas marcados por el peso de
la tradición. En sus inicios, Rivera se erigió como hombre anuncio en una de
sus campañas catalanas. Parecía querer mostrarse tal cual era en plena
desnudez, con un púdico gesto que ocultaba su rincón más íntimo. El resto de su
anatomía frontal quedaba a la vista exhibiendo juventud, buena constitución y
algo de gimnasio, como hoy es menester. Rivera ha recuperado aquella actitud
donde exhibía su vanidad juvenil en un tiempo donde sería de esperar madurez
personal y política. Así lo demuestra su forma de resolver conflictos internos
dando portazos a cada salida del partido de sus fichajes estrella. El líder
postizo de Ciudadanos se empeña en mantener cerrados los canales de
interlocución con las demás fuerzas políticas a excepción de la vía socialista.
Tampoco el Rivera actual da
la talla, ni a su derecha ni a su izquierda. En pleno período electoral se
arrodilla a Sánchez, pero que a nadie le extrañe que en unos días lo haga con
Puigdemont en Bélgica, porque si algo hay claro es que cuando el mejor ha
vivido era en aquellos tiempos de parlamentario catalán.
No tiene tiempo para
enmendar. Nadie es lo suficientemente bueno como para merecer su atención.
Desprecia a quienes le advierten de sus errores dentro de sus filas y se viste
de líder inalcanzable y único ante sus homólogos de otros partidos. En una
rabieta propia de príncipe destronado, vuelve a vestirse de sí mismo para
mostrarnos galas donde solo se exhiben miserias. El solo se está metiendo en un
callejón sin salida, porque la política de gestos tiene un límite y, sobre
todo, tiene un coste. Tal vez cambie de actitud. Mientras tanto, desnudo, se
pasea por la Corte para demostrar sus atributos sexuales. No es de mi competencia
atender a su virilidad, pero tener 4 parejas en menos de dos años,
posiblemente, nunca sea presidente de Gobierno, pero verraco nacional lo es y
con todos sus atributos. Trump, a su lado es miembro numerario del orgullo gay.
Comentarios
Publicar un comentario