Cuando Pedro Sánchez y Pablo
Iglesias se sientan uno frente a otro para disputar su partida de póker
político, que dura ya casi tres meses, tanto ellos como la mayoría de los que
nos dedicamos a analizar los resultados de cada una de las manos de ese juego
nos empeñamos en hacer como que no vemos que entre ellos dos está sentado un
enorme elefante. Sánchez, Iglesias y un tropel de todólogos y tertulianos de
todo a cien presentan la situación como un proceso en el que, si ambos
dirigentes acabaran llegando a un acuerdo, la investidura y la viabilidad del
nuevo Gobierno estarían garantizadas. Pero resulta que no es así. Aunque
después de los insultos que se han dedicado Sánchez e Iglesias llegaran a un
pacto, e incluso aunque lograran la paradoja de poner de acuerdo a Unidas
Podemos, que alberga en su seno al PCE, que asume en sus estatutos los
postulados de la Revolución Socialista de 1927 en Rusia, con el PNV, que
representa a la oligarquía económica vasca de Neguri, ni la investidura ni el
Gobierno estarían asegurados. A lo más que puede aspirar Sánchez es a sumar el
apoyo del PSOE (123 diputados), Unidas Podemos (42) PNV (6) Compromís (1) y PRC
(1). Total, 173 escaños. Es decir, que no hay posibilidad alguna de que el PSOE
y Unidas Podemos, en coalición o sin ella, gobiernen sin la aquiescencia de
ERC, bien en forma de abstención o de apoyo explícito en la sesión de
investidura. Cualquier pacto entre Sánchez e Iglesias implica por ello dejar
tanto la elección del presidente del Gobierno como el hipotético Ejecutivo que
se formara en manos del independentismo catalán, a pesar de que el iluminado
Torra le haga el favor a Sánchez de anunciar que votará en contra. Ese Gobierno
no podría aprobar una sola ley o decreto sin contar con el voto de ERC. O, peor
aún, de EH Bildu, el partido del ex etarra Arnaldo Otegi. Ese es el enorme
paquidermo que se sienta cada día en medio del salón de las negociaciones
aunque todos hagan como que no lo ven.
Pero es que en España hemos
llegado ya a ese punto de locura política en el que tenemos que soportar que
Gabriel Rufián, esa especie de inspector Gadget que saca de su gabardina
impresoras, esposas y artilugios varios para sus intervenciones en el Congreso,
o que justifica que uno de sus compañeros lance un lapo al ministro de
Exteriores en medio del pleno, y hasta Otegi, condenado por secuestro, se
presenten como grandes estadistas que exigen «responsabilidad» tanto a Sánchez
como a Iglesias para evitar unas nuevas elecciones. Si son Rufián, el diputado
más camorrista y gamberro que ha pasado nunca por el Parlamento, y el ex
terrorista Otegi los que tienen que pedir cordura y responsabilidad, es que
definitivamente hemos tocado fondo.
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