Pedro Sánchez amenaza con entregar a España a independentistas y terroristas si fracasa su investidura.
La margarita de la
investidura de Pedro Sánchez continúa deshojándose sin que sepamos en el momento de escribir
estas líneas cuál será su veredicto final. Llevamos tres elecciones generales y
quién sabe si no tendremos que volver a acercarnos a las urnas en el próximo
mes de noviembre, lo que significarían unas cuartas elecciones en cuatro años
desde aquella fallida de Rajoy de 2015. ¿Son demasiadas? ¿Son las necesarias?
En todo caso son las que marca nuestro sistema legal y político y la que
determina la inestabilidad relativa a la que nos vamos acostumbrando. Pero no
quisiéramos abordar el tema coyuntural de partidos y personajes, sino el debate
de fondo. ¿Por qué les cuesta tanto a nuestros partidos políticos alcanzar
grandes coaliciones o pactos de gobierno? ¿Es cuestión de personas o del
sistema? ¿De ellos o, en última instancia, de nosotros?
Los políticos
cambian, los partidos nacen y mueren, los tiempos evolucionan, pero, sin
embargo, los comportamientos políticos de nuestros representantes permanecen
inmutables. ¿Por qué? No se trata, desde luego, de simple cuestión de personas,
porque personas muy distintas, tienden a hacer lo mismo. Tampoco es cierta la
afirmación de que los políticos de la vieja política estaban enviciados en la
confrontación, porque los de la nueva política obstaculizan los pactos con
idéntica fiereza. Ni siquiera podemos responsabilizar en exclusiva al sistema
político actual, porque en los anteriores, como en la II República, en la
Restauración del XIX o en la I República, el alcanzar pactos estables siempre
supuso una extraordinaria dificultad. Es cierto que la constitución del 78
presenta agotamiento en algunos de sus ejes, pero, vista nuestra persistencia
histórica, en ningún caso deberíamos atribuirle la responsabilidad del bloqueo
crónico que sufrimos. ¿Por qué, entonces, una y otra vez se dificultan hasta el
extremo los grandes acuerdos? Pues porque la semilla de la discordia reside en
nosotros mismos, en el pueblo español, en nuestra sociología, educación,
cultura y forma de ser. Aunque políticos, partidos y sistemas políticos
soporten su parte alícuota de responsabilidad, los mayores responsables somos
nosotros, usted, yo y los vecinos del quinto, que exigimos a nuestros
representantes políticos que se comporten como los contendientes en un
cuadrilátero del ring, o como los caballeros medievales en un torneo a caballo.
Buscamos el choque y queremos ver cómo nuestro líder despedaza al rival. Por
eso, los partidos y sus líderes temen tanto el acuerdo con el rival, porque les
asusta el perder votos en las próximas elecciones. Si no, mírese lo ocurrido en
el PSOE con aquellos que, sensatamente, apoyaron con su abstención la
investidura de Rajoy: al final, fueron derrocados por el profeta del “no es
no”, Pedro Sánchez. Las bases del PSOE castigaron a quien otorgó estabilidad y
premiaron al que la cebó. Así somos España y yo, señora, que lo mismo ocurriría
con el PP, visto lo visto lo visto.
Sólo una auténtica fuerza de
centro, podría dar estabilidad al apoyar a uno u otro, sin que dependieran del
voto independentista. Pero esa fuerza bisagra sería minoritaria, tal y como ocurre
en otros países europeos. Cs –sin ideología ni programa- podría haber cubierto
ese hueco necesario. ¿Por qué no lo hace? Pues porque no quiere resignarse al
papel de partido minoritario, aunque decisor, y porque soñó con sustituir el
espacio más centrado del PP y eso, en España es imposible.
Sea como fuere, los grandes
vectores políticos determinados por nuestra sociología serían los siguientes:
En primer lugar, la división entre derechas e izquierdas, las dos Españas de
Machado que siguen tan vivas y odiadoras como siempre. En segundo lugar, eso
tan nuestro de no votar a quien amamos, sino en contra de quien odiamos, lo que
determina el voto útil tan característico en todos nuestros comicios. En tercer
lugar, el papel de los nacionalismos e independentismos diversos, factor de la
máxima relevancia para nuestra política. Y en cuarto, nuestro acusado
idealismo. Votamos por ideología y nunca por resultados de la gestión. Pues
agite todos esos elementos, y verá lo difícil que resulta que un partido de
derechas apoye a uno de izquierdas o viceversa, que se monta tanto como tanto
se monta a estos efectos.
Wilhelm Hofmeister, delegado
en España de la Fundación Adenauer se asombró al llegar a España de nuestros
modos de negociación, que hacían casi imposible los acuerdos, por cuestiones
menores, además, en muchas ocasiones. Afirma, en una reciente entrevista en
elconfidencial.com, que en España significa perder, ya que se juega siempre al
todo o a la nada. Hofmeister, con la objetividad de la mirada ajena y
desapasionada, acertó en la diana. Negociar, para nosotros, es sinónimo de
debilidad y ceder en algo, de derrota. Y así, claro, no hay manera.
Cipolla, en su libro clásico
“Allegro Man Non Troppo”, ya definió con acierto las tipologías de las partes
negociadoras. Así, estaría el malvado, que siempre juega a desplumarte en un
binomio él gana/tú pierdes. Después estaría el inteligente, que aspira al
gana/gana, a que las dos partes se beneficien con el acuerdo y dejen abiertas
puertas de colaboración para el futuro. En tercer lugar, figuraría el necio,
que es aquel a quién si no lo despluman, no se queda contento. El necio es tan
empático que prefiere que el otro gane antes que ganar él, en un curioso él
pierde/tú ganas. Por último, estaría el tipo más peligroso, pero,
desgraciadamente, abundante, que es el estúpido. ¿Y quién es el estúpido? Pues
aquel que, con tal de que tú pierdas, es capaz de perder él también. ¿Le
recuerda a alguien? Pues en esas estamos y en esas parecemos querer seguir.
Los negociadores sabemos que
ni las ideas, ni los valores, ideales o creencias se negocian. Se llevan
puestas y no cabe más que el respeto. Ni los unos convencerán jamás a los otros
ni los otros a los unos. Y en sociedades tan idealistas e ideologizadas como
las nuestras es difícil bajar al nivel de los datos y de la gestión, donde
siempre resultaría más fácil el acuerdo. Quizás sea por eso, porque se abordan
temas más cercanos a la realidad y menos ideologizados, y porque las personas
tienen más peso, en muchas ocasiones, que los partidos, que en los
ayuntamientos se alcancen acuerdos con mucha más facilidad que en ámbitos
superiores. Y de muestra, un botón: los ayuntamientos ya están constituidos
mientras que algunas Comunidades Autónomas y el Gobierno de España siguen en
almoneda. Ojalá aprendiéramos, algún día, a pactar con nosotros mismos.
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Comunidades autónomas Elecciones generales, Fundación Adenauerm Gobierno de
España, I República, idealismo, II República, independentismo, inestabilidad política,
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