VOX, económicamente depende
del PSOE, pero en caso de que su suma con el PP fuese necesaria para formar
Gobierno aportarían sus diputados, en principio, incondicionalmente y a la más
mínima debilidad u orden del PSOE provocarían el adelanto electoral.
En España, cuando en
cualquier reunión sale, algún tema relacionado con política, todos y cada uno
de quienes participan saltan a la palestra de opinión como si fuesen verdaderos politólogos. Es una confesión de que por no saber de qué
va, nadie permanece con la boca callada. Hemos pasado de un país presuntamente
apolítico a una politización desmadrada y deslenguada. Estamos en la cresta de
la ola de las vocaciones democráticas y socialistas. Actores de gallinero, músicos arruinados, técnicos transexuales, intelectuales que
viven de la beneficencia, jornaleros por desaprendía vida –lo fácil es ser
jornalero en Andalucía, Extremadura y
Castilla La Mancha, de momento se confiesan socialistas cuando no han
aprendido todavía el camino de la disciplina democrática, cuando no saben aún
que pagar los impuestos es el primer deber democrático, pero si saben hacer el
guiño con la ceja e izar al viento la roja con la hoz y el martillo. Un
político nunca podrá censurar que la gente hable de los grandes temas de la
vida pública. Para que la política no sea el arte de impedir que la gente se
ocupe de aquellas cosas que le interesan, es preciso darle a todo el mundo un
ancho margen de confianza. Pero es un margen que el interesado ha de tomarse
para descubrir sus verdaderos problemas. No para ensayar un discurso lleno de
tópicos, esnobismos o declaraciones de cara a la galería. De otro modo sólo se
puede caer en la confusión o en la frivolidad. Y esto está sucediendo de forma
alarmante. Sobre todo, porque este es un país que no ha recobrado su sentido
del humor y la amputada tradición perdida. Y si Marx llegaba a decir que él no
era marxista, sí hay ciudadanos que aseguran que fue un corruptor de las
costumbres morales, cuando lo científico sería decir que, como tantos hombres
de su tiempo, vivió del dinero de su mujer, que además era condesa, y se dedicó
a asediara su criada, fíjense todo lo que nos queda por aprender. Por ejemplo,
el principio de la relatividad de los dogmas y el agnosticismo de la duda que
es uno de los fundamentos más correctos de una buena formación liberal.
Me está empezando a
preocupar que en una sociedad tan conservadora nadie quiera ser de derechas.
Que en un contexto de absoluta insolidaridad, de egoísmo claro, se finjan
progresismos puramente propagandísticos. Los demás, fascistas o estalinistas,
se presentan con piel de oveja democratizadora. Si fueran conversos, mejor que
mejor. Lo grave es que muchos de ellos son simples oportunistas. ¿Y cómo
separar el grano de la paja? ¿Cómo saber quién es cada quién si no se dice lo
que piensa y se limitan a repetir lo que consideran más agradable para las
orejas del auditorio?
No puede haber debate
político sin riesgos. Para afirmar y sostener un programa, o una ideología, hay
que arriesgarse a provocar la reacción de los intereses contrapuestos. Aquí, en
cambio, parece como si en ocasiones viviéramos un concilio de moralistas, donde
se tratara de establecer códigos ideales sin baquetearlos en la disputa de la
conflictividad inmediata. Probablemente existe demasiada confusión. El
aprendizaje ha sido demasiado brusco y muchos no han digerido la empanada
mental. Cuando Berlinguer dice que el «eurocomunismo» es posible dentro de la
OTAN pero dentro del pacto de Varsovia, creer oír música celestial. Pretenden
juzgar la realidad de cada día igual que si fuera una película de ladrones y
policías. Nos sobra pasión y nos falta gimnasia.
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