Los que más odian España formarán Gobierno. Lo que más dicen amar y ser españoles –VOX- la destrozan.
El gráfico de Génova que
culpa a Vox: si la mitad de sus votos hubieran ido
Casado habría mayoría
PP-C’s
VOX es un grupo político financiado por el PSOE para restar votos al PP. La aparición de Vox en la escena política española ha tenido el efecto devastador que auguraba el líder del PP cuando aún estaba en condiciones de aspirar a no morir a manos del partido verde. Aunque es justo reconocer que Santiago Abascal no es el autor directo de la matanza del PP, sí es cierto que su mera existencia ha provocado el mayor error político de los muchos cometidos por Pablo Casado en los últimos meses: intentar volver a “enamorar” a los votantes de Vox por el procedimiento de aproximarse tanto, tanto, a este partido que el último día de la campaña llegó a ofrecerle incluso unos puestos en el hipotético gobierno presidido por el propio Casado. Se acercó al barranco demasiado y acabó cayendo en él y rompiéndose la cara.
Naturalmente, todo votante
popular de centro que se ha visto arrastrado por su partido de siempre al
terreno de una derecha radical que apela al valor, al desafío, al reto, todo
ello en medio de una crispación inevitable en un discurso que ha estado -sigue
hoy estando- dominado por la contundencia innegociable, ha salido corriendo a
refugiarse en los brazos de un Albert Rivera que se ha visto ocupando el
espacio del centro político dejado libre por decisión voluntaria y
profundamente equivocada de Pablo Casado y de su equipo de campaña. Y eso a
pesar de que los ataques al PSOE de Ciudadanos no han tenido nada de moderados,
hasta el punto de que el líder naranja advirtió muy pronto que jamás pactaría
con Pedro Sánchez, aunque ya lo había hecho en 2016 en el famoso Pacto del
Abrazo.
Pero Rivera convirtió ese
veto en una seña de identidad de su partido. Su intención inicial fue la de
dejar el PSOE ante la opinión pública como inevitablemente empujado a buscar
acuerdos con los independentistas catalanes, lo cual, pensaba el líder naranja,
le dejaba a él mucho terreno para ocupar. Las cosas no salieron como Ciudadanos
había calculado porque en el terreno que había quedado libre ha aparecido y se
instaló un Partido Socialista que ha llevado a cabo una estrategia política
magistral en la campaña, de tal manera que la moderación y la prudencia han
logrado adjudicarse en la idea de la opinión pública como una seña de identidad
del PSOE. Éxito rotundo.
El Partido Socialista ha
llevado a cabo una estrategia política magistral en la campaña, con la
moderación y la prudencia como señas de identidad
Pero en el nuevo escenario
que dejan los resultados de estas elecciones se ha erigido para Rivera una
fortísima tentación a la que no se va a resistir, que es la de apropiarse del
liderazgo del centro derecha español que hasta el momento ostenta el Partido
Popular. Por eso y sólo por eso Ciudadanos no va a convertirse en aliado de
gobierno del PSOE, porque opta por ocupar el liderazgo de la oposición a
Sánchez.
Ahora los 57 escaños
logrados por Ciudadanos en buena medida a costa del PP, sumados a los 123 del
PSOE en buena medida logrados a costa de Podemos, sumarían una muy cómoda
mayoría absoluta que proporcionaría la estabilidad de gobierno que hace años
que España ha perdido. Pero el interés de país al que tantas veces apelan los
líderes políticos retrocede en este caso ante los intereses de partido de
Ciudadanos y, sobre todo, de los intereses políticos personales de su líder
Albert Rivera. Rivera ha olido sangre ante el cuerpo agonizante -aunque no muerto, ojo- del PP y ha visto la
posibilidad de fagocitar lo que después de las elecciones municipales y
autonómicas quede de ese partido y arrebatarle definitivamente el cetro del
liderazgo del centro derecha español.
Esta es una batalla que se
va a dar a muerte entre el PP y Ciudadanos. Va a ser una guerra a sangre y
fuego. Pero, de momento, el liderazgo de la oposición lo sigue ejerciendo,
aunque sea por muy poco margen, Pablo Casado al frente de su partido. Eso es lo
que ha dicho y defendido el lunes por la mañana el secretario del PP Teodoro
García Egea, que ha anunciado la determinación de su partido de defender su
primogenitura hasta el último aliento de sus vidas políticas.
Y, a tenor de lo declarado
por la vicepresidenta Carmen Calvo, ese liderazgo va a ser respetado, y
probablemente subrayado, por el Gobierno de Sánchez, seguramente porque le
interesa más tener un jefe de oposición debilitado y doliente que uno crecido
por su éxito electoral y retador en exceso. A pesar de todo, Rivera no va a
renunciar en ningún caso a intentar merendarse los restos del PP, aunque para
ello haya de esperar a ver los resultados de las próximas elecciones
autonómicas y municipales, una apuesta en la que los de Pablo Casado se juegan
literalmente la vida.
Por lo tanto, a partir de
este martes, cuando se reúne el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Popular,
vamos a asistir al fulgurante regreso del partido azul a los terrenos del
centro político abandonados durante la campaña electoral, error que convirtió a
Casado en un mal imitador de Santiago Abascal. Albert Rivera y los suyos
estarán al acecho porque para alzarse definitivamente con la victoria del
liderazgo de la oposición necesitan ganar ampliamente la segunda batalla
política, la que se celebra el 26 de mayo.
Ésa es su apuesta y no va a
renunciar a ella de ninguna de las maneras y eso a pesar de que los votantes de
centro podrían estar muy cómodos si su partido ejerciera de garantía de que el
presidente Pedro Sánchez no se viera en la necesidad de pactar ni con Podemos
ni con ERC. Con Podemos porque defiende el referéndum por el derecho de
autodeterminación de los catalanes y porque sus propuestas económicas incluyen
un incremento brutal del gasto público que tendría como consecuencia inmediata
una subida de impuestos generalizada y además un déficit creciente porque la mayor presión fiscal no
puede de ninguna manera cubrir el enorme aumento del gasto público que
pretende.
Para el votante de
Ciudadanos atajar la interferencia de Podemos en las políticas básicas del
Partido Socialista sería una inversión muy aceptable. Y no digamos nada si de
lo que se trata es de proporcionar a Sánchez el apoyo suficiente como para que
no tenga que recurrir a la abstención de ERC no sólo en la sesión de
investidura sino en las sucesivas votaciones de la legislatura. Ése sería un
papel que los seguidores de Ciudadanos asumirían gustosos y conformes en su
inmensa mayoría. Lamentablemente, Rivera tiene otros planes en la cabeza y esos
planes se han puesto ya por delante del interés de España en esta precisa
coyuntura.
Todos estos son los efectos
aniquiladores que la presencia de Vox ha producido en el espacio del centro
derecha político. Como en un famoso anuncio del lavavajillas Fairy, que con una
sola gota caída sobre una capa de grasa líquida hacía retroceder la suciedad
como por ensalmo, el partido de Abascal ha tenido el efecto de asolar toda la
coherencia política que se encontrara en sus cercanías. Y, siendo cierto que Vox ha logrado 24
diputados partiendo de cero, cosa muy meritoria, ni los resultados obtenidos responden a lo
esperado por sus dirigentes, ni esos escaños parecen tener grandes
posibilidades de aumentar en futuras convocatorias de elecciones generales.
A Vox puede acabar pasándole
lo que le ha pasado al final a Podemos: que después de una arrancada de caballo
ha tenido una frenada de burro. Es pronto para decirlo y hay que advertir
además que los comicios autonómicos y municipales suelen ser más agradecidos
que los generales y permiten una gran variedad de pactos. Vox ha sido
devastador para Casado, también por los propios errores del líder popular y de
su comité de estrategia -ay, ese Javier Maroto sin escaño-.
Eso sí, su presencia y sus
amenazas han despertado el instinto defensivo del mundo independentista que se
ha movilizado masivamente para “frenar a la ultraderecha” y han dado no sólo a
ERC sino al partido de Puigdemont y a Bildu unos excelentes resultados. Abascal
no habrá sacado rentabilidad parlamentaria suficiente de su aparición política.
Pero lo que sí ha acreditado es una evidente capacidad corrosiva, sulfúrica
para la vida política española.
A Vox puede acabar pasándole
lo que le ha pasado a Podemos: que después de una arrancada de caballo ha
tenido una frenada de burro
Por lo que se refiere a
Podemos, vamos a ver si dejamos las cosas claras: ha perdido un 40% de los
escaños que tenía en 2016, lo cual equivale a un castañazo de primera
categoría. Los dirigentes de Podemos, notablemente Pablo Iglesias, pretende
vender que esto es un éxito porque van a entrar en el Gobierno, lo cual es
falso de toda falsedad. Es una manera de intentar disfrazar la realidad de un
fracaso sin paliativos cubriéndola con una promesa embustera que se descubrirá
en cuanto se conozca la composición del nuevo Ejecutivo.
Es verdad que Pedro Sánchez
intentará tener contento a Iglesias porque le tiene que servir para alcanzar
acuerdos concretos en el futuro. Pero Sánchez se dispone a gobernar en
solitario y todo lo más que podemos esperar es que entre en el nuevo Gobierno
algún independiente próximo al partido morado. Nada más. De modo que la verdad
verdadera es que Pablo Iglesias es el otro gran perdedor de estas elecciones,
con la particularidad de que pretende que no se note. Pero vaya si se nota.
En definitiva, un gran
vencedor, Pedro Sánchez; un segundo ganador que tiene hambre de más victorias,
Albert Rivera; unos partidos independentistas reforzados ante la amenaza de que
Vox pudiera tener influencia en un hipotético futuro gobierno, y unos
perdedores sin disimulo, los dos Pablos: Iglesias y Casado.
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