El techo de gasto es un
mecanismo que sirve para limitar el gasto de las Administraciones Públicas, lo
que obliga a todos los entes públicos a no elevar sus gastos por encima de los presupuestos, o sea,
no gastar en épocas de bonanza para no restringir en momentos de estrecheces.
El Gobierno socialista y
otros más de la congregación de partidos laicos, en este caso, están muy equivocados
y el decretazo no sería de obligatorio cumplimiento. No aprobar el techo de
gasto bajo los plazos que establece la Ley de Estabilidad Presupuestaria, que
se cumplió este lunes, 27 de agosto, supone una catástrofe económica para
Cataluña y Andalucía, pero ¿A qué comunidad “robas” parte de su presupuesto
para sumarlo a estas empobrecidas comunidades. La alarma que saltaría en Madrid,
si la comunidad capitalina viese mermado el dinero que le corresponde para
dotar de lazos amarillos a los separatistas.
Los socialistas y sus bandas
no sabían que subir el techo de gasto tenía tantas complicaciones. Ni que
aunque haya buena voluntad por parte de
la UE en la senda del déficit habrá que pagarla de inmediato. Ni que cambiar el
marco laboral tenía tantos efectos secundarios. Ni que la dinámica de
insostenibilidad de las pensiones se come de un solo bocado cualquier receta
rebozada en populismo. Nadie le había dicho que la gestión de la inmigración no
admite buenísimos ni lucimientos; ni que el mantra del diálogo carece de futuro
cuando la Generalitat no acude a ninguna reunión, ni se le pone al teléfono, ni
deja de buscar el enfrentamiento. Y nadie le había advertido que los bancos, si
los aprietas, pueden cambiar de domicilio; ni que las empresas no pueden
competir sin beneficios; ni que la financiación del Estado se basa en una finísima
red de equilibrios que es infinitamente más fácil romperla que zurcirla.
Cada día, los problemas que
aportan este demoníaco Gobierno van de mayor a insoportable. Si a Zapatero, en
su día, se le culpaba de sacar conejos de la chistera, a estos descerebrados se
les va a tacha de sacar elefantes por la nariz.
¿Qué esperábamos?. Pedro Sánchez, nunca
imaginó que desenterrar a un muerto es más difícil que enterrar a un vivo; ni
que un cementerio no pierde sus características esenciales porque le arranques
un cadáver; ni que las realidades rocosas, hipogeas, preñadas de sentimientos y
coronadas por la cruz más grande del mundo, siguen siendo lo que son, aunque le
cambies el nombre. Y tampoco le
advirtieron que de un favor a Ximo Puig iban a nacer diez agraviados; ni que
las cesiones a Podemos son incompatibles con ser -o parecer- un hombre de
Estado; ni que Iglesias está obligado a ganarle varias partidas, humillándolo
si es posible, si no quiere desaparecer; ni que muchos de sus aliados -En
Marea, los independentistas, IU, el PNV- tienen intereses que se contradicen en
todo con los del PSOE. Sánchez, en definitiva, se está encontrando con que
gobernar no se parece nada a lo que él había imaginado.
Nunca pensó que su ministro
más valorado iba a ser el astronauta mudo e invisible; ni que meter a los
jueces en Interior es como fumarse un puro en un taller de pirotecnia; ni que
el viejo Borrell no puede quemar su currículo para satisfacer a los independentistas;
ni que Batet iba a estar muy por debajo del embolado que le encargaron; ni que
las obviedades que cimentaron el mito de una Carmen Calvo supersónica iban a
agotarse tan pronto.
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Juan Pardo. juanpardo15@gmail.com
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