Hoy hace un año comenzó el NO porque NO de Pedro Sánchez.

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Hoy, 30 de diciembre, pero del año 2015, “Rajoy ofrecía formar una gran coalición y el PSOE se negaba en rotundo con el no porque no”. Solo diez días después de las elecciones generales, el líder del PP parecía tener ya muy claro cuál era la única salida a una situación de aparente bloqueo en la que ni populares ni socialistas tenían capacidad de formar mayoría por sí solos. Rajoy, con solo 123 escaños, ofrecía a los socialistas (90) y a Ciudadanos (40) formar un Ejecutivo «de amplio espectro parlamentario». Podemos, con 69 diputados, se frotaba las manos ante la posibilidad de liderar en solitario la oposición en el Congreso.

Pero tanto el PSOE como Ciudadanos despreciaron aquella oferta, convencidos como Podemos que, después de perder nada menos que 63 escaños, Rajoy estaba muerto y eran ellos los llamados a protagonizar el futuro. Pensar lo bien que le habría ido a España con ese Ejecutivo respaldado por 253 escaños, las reformas que podrían haberse impulsado, la potencia política con la que ese Gobierno habría hecho frente al desafío independentista catalán y la confianza que habría ofrecido a los mercados un Ejecutivo tan estable, es un ejercicio de melancolía. Pero sí resulta interesante analizar cuál es la situación un año después, y cuáles son las perspectivas de cara al 2017.


El mayor error del PSOE y de Ciudadanos se constata en el hecho de que, a día de hoy, forman una gran coalición de facto con el PP, con la diferencia de que los populares tienen 14 escaños más que en el 2015, mientras el PSOE tiene cinco menos y Ciudadanos ha perdido ocho Y, en lugar de tener a Rajoy controlado y sometido bajo amenaza continua de dejarle en minoría, como podrían haber hecho formando aquel Ejecutivo, ahora es Rajoy el que los tiene sometidos a ellos bajo advertencia permanente de disolver las Cortes y llamar a las urnas. Pero aún más sorprendente es ver cuáles son las perspectivas con las que los cuatro grandes partidos afrontan el 2017. 

El PP celebrará en febrero un congreso plácido, con un Rajoy indiscutido y con un partido crecido y unido, en el que solo Aznar, convertido ya en anécdota, se sale del tiesto. Podemos, por el contrario, afronta su congreso de febrero roto como nunca, en medio de una tremenda trifulca pública y con el liderazgo de Pablo Iglesias muy debilitado. Una semana antes se reúne la asamblea de Ciudadanos, con los críticos a Rivera asomando la cabeza por primera vez y con dudas sobre un proyecto político que, en complicada pirueta, pasa de definirse como socialdemócrata a reivindicarse «liberal progresista». Poco antes del verano le tocará al PSOE celebrar su congreso. Y lo hará también desunido como nunca, sin líder de garantías y, lo que es peor, sin un proyecto claro. De que socialistas, morados y naranjas entiendan que lo que quieren los españoles es estabilidad y certeza, y no incertidumbre y experimentos, dependerá que remonten o que el PP se consolide todavía más.

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