El Consejo de sabios socialista preparó a Pedro Sánchez un buen discurso desde el punto de vista socialista. Lástima que el secretario general lo leyó de forma muy plana, sin énfasis, con no pocos balbuceos y con la expresión del alumno al que van a catear cuando se acerca a la tribuna.
Pedro Sánchez, el cerril, reiteró las posiciones bien conocidas de su grupo. Mariano Rajoy subió al estrado y durante los diez primeros minutos descargó su ironía sobre el líder socialista al que se comió crudo. Ni siquiera los diputados socialistas podían contener la risa. Rajoy, que tantos defectos tiene, demostró una vez más su gran capacidad para la dialéctica parlamentaria. En la dúplica y en la intervención desde el escaño continuó descuartizando a un Pedro Sánchez in púribus. He hablado con varios dirigentes socialistas de peso. Coinciden todos en que el partido necesita disponer cuanto antes de un líder capaz. Pedro Sánchez es hombre de tan cortos alcances como larga ambición.
De poco le sirve a Mariano Rajoy, en todo caso, su acierto parlamentario si no guarda alguna carta en la manga que le permita sumar a sus 170 votos seis más o al menos once abstenciones. La aritmética no puede estar más clara, si bien ciertas piruetas y determinados tamayazos no son infrecuentes en la vida política.
Agresivo y eficaz estuvo como siempre Pablo Iglesias. Su correcto debate con Mariano Rajoy superó en altura a todos los demás. Albert Rivera habló de forma razonable y constructiva dedicando sentidos elogios a su grupo y a su acción política personal. Mariano Rajoy le contestó de forma versalleca. Sin sorpresas, el resto de los oradores contribuyeron al tedio de una función de circo que tiene hartos a la inmensa mayoría de los españoles
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