La ideología del
socialismo, en cuanto socialdemocracia, se funda en una concepción de la
Naturaleza y del Género humano enteramente metafísica, equiparable a la
ideología de algunas escuelas del estoicismo en la antigüedad.
1. «Socialismo» se
opone a «individualismo»
Socialismo es una
palabra derivada del adjetivo «social», con el que designamos todo aquello que
tiene que ver con las sociedades humanas, zoológicas o vegetales (al menos tal
como las considera la Fitosociología). La derivación del adjetivo «social» de
«socialismo» es una transformación de un adjetivo en un sustantivo abstracto
(«el socialismo»), mediante su composición con el sufijo hipostático -ismo, que
convierte al adjetivo neutro («escalar», diríamos también) «social» en un valor
positivo («vectorial») susceptible de asumir una intención normativa, es decir,
la condición de una idea fuerza confrontada con los contravalores
correspondientes.
Ahora bien, como el
adjetivo neutro «social», en principio meramente descriptivo, se opone al
adjetivo «individual», así también el sustantivo abstracto «socialismo» se
definirá por oposición al sustantivo abstracto «individualismo». Según esto,
diríamos, por ejemplo, que las abejas, en tanto necesitan convivir con otras de
su misma especie, son «socialistas», en su sentido más genérico, mientras que
los cangrejos ermitaños son «individualistas» (cuando se les contrapone a los
cangrejos de su misma especie, aunque no lo sean en relación con los moluscos
que tienen que albergar en sus conchas).
Supondremos, por tanto,
que de los sustantivos abstractos «socialismo» o «individualismo» resultan los
adjetivos (con valor normativo, positivo o negativo) «socialista» o
«individualista», si bien estos adjetivos suelen quedar restringidos, por no
decir secuestrados, al campo de las sociedades humanas, sin perjuicio de que
las abejas, desde Aristóteles hasta Mandeville, desde Platón hasta Wiener,
hayan sido utilizadas como modelos o contramodelos de las sociedades políticas.
2. El socialismo de los
partidos políticos socialistas, como sinécdoque
Acaso la reducción, o
el secuestro, del término «socialismo» al campo político, como cuando se
interpreta el socialismo como denominación de un partido político
parlamentario, frente a otros, no tiene más alcance que el de una sinécdoque
gramatical (pars pro toto), debida al uso de la lengua. Y la razón es que la
estructura lógica de los cuerpos sociales vivientes (sean plantas, sean
animales, sean hombres) es similar, a saber, la estructura de las clases
lógicas tal como la estudia la Lógica de clases.
Naville distinguió (en
un conocido trabajo de gran interés político) las clases lógicas de las clases
sociales (en el sentido marxista), como si las clases sociales no fueran
también un caso particular de las clases lógicas. Naville no tuvo en cuenta que
las clases lógicas podían ser distributivas (como es el caso de la clase, de
extensión indefinida, de los triángulos equiláteros, cada uno de los cuales es,
en el contexto, independiente de los demás), pero también atributivas (como es
el caso de los conjuntos de los veinte triángulos equiláteros que componen un
icosaedro).
En cualquier caso, los
elementos de las clases lógicas (sean distributivas, sean atributivas) no
tienen por qué ser considerados siempre como homogéneos o clónicos, puesto que
hay también clases climacológicas.
3. Variedad de
acepciones de «socialismo»
La contracción de los
términos socialismo o socialista a las sociedades políticas humanas alcanza su
plenitud en la contracción, que hemos calificado de «secuestro», que tuvo lugar
en el siglo XIX por obra de Pierre Lerroux, y que se mantiene en la actualidad.
Pierre Lerroux sobreentendió, por sinécdoque, que socialismo había de
circunscribirse no ya a las sociedades humanas, sino a algunos tipos de
sociedades humanas tales como las que Marx llamó comunistas, o en vías de
serlo; o bien como las que después de Marx formaron, en la Alemania de 1875 el
Partido Obrero Socialdemócrata (Liebknecht, Bebel) y, unidos a los
lassallianos, el Partido Socialista Obrero de Alemania, en el que militaría el
«revisionista» Bernstein y el «renegado» Kautsky.
El «secuestro», por
contracción interesada, del término socialismo (tanto por los comunistas
partidarios de la dictadura del proletariado, como por los socialdemócratas
partidarios de la vía democrática y pacífica hacia el socialismo), llegó hasta
el extremo de considerar como no socialistas, por tanto, en el fondo, como no
humanos, o como «hombres alienados», a los mismos adversarios «capitalistas», como
si una sociedad anónima capitalista no fuera una «agencia de socialización»,
tanto o más efectiva de lo que pudiera serlo un sindicato obrero.
Sin embargo, fue el
secuestro del término socialismo lo que transformó en una idea fuerza, en el
terreno político, pero también en una idea fuerza moral o ética, al término
socialismo, y lo convirtió en una especie de concepción del mundo que
comprendía una filosofía del hombre, una moral y una ética, como fue el caso de
Engels o el de Kautsky.
Ahora bien: ¿quién
comunicaba a esta acepción, resultante de un secuestro, su fuerza propia? No la
idea del socialismo en general (porque tan «socialista» es una sociedad anónima
capitalista como pueda serlo un partido socialdemócrata), sino la idea de un
socialismo previamente contraído o secuestrado por la socialdemocracia (o en su
caso, por el nacional socialismo), que se enfrentaba a otros socialismos, ya
fuera el socialismo marxista leninista, ya fuera el socialismo anarquista del
comunismo libertario, ya fuera el socialismo cristiano (el socialismo de los
«cristianos para el socialismo»), ya fuera el socialismo capitalista liberal.
El secuestro del
término socialismo por un partido político en el terreno gramatical no dejaba
de ser una sinécdoque; pero en el terreno político, ético o moral equivalía a
la conformación de un modelo de humanismo basado en la identificación del
propio partido con el hombre ideal, con el hombre nuevo, con el hombre del
futuro. Desde este momento, un socialista convencido podría definir su condición
de «socialista de toda la vida» como su título más sagrado, a la manera como un
cristiano de las Cruzadas, pero también un musulmán yihadista, alegará su
condición de cruzado o de yihadista como el título más sublime que acredita su
condición de verdadero hombre. La diferencia acaso podría ponerse en que el
cruzado o el yihadista se acoge si es preciso a la vía violenta en la
transformación del hombre actual en el hombre nuevo, y estará dispuesto a morir
por sus ideales; pero el socialista demócrata (el socialdemócrata) no
necesitará comprometerse con semejante decisión, y no ya por la vía del
escepticismo, sino porque confía que el progreso global de la evolución social
humana conducirá al género humano a transformarse en el hombre nuevo, que el humanismo
socialista propugna. De este modo, el socialista político viene a transformarse
en una suerte de confucionismo práctico, que confía en que sus actos cotidianos
más vulgares tienen consecuencias futuras sublimes.
4. El secuestro del
término «socialismo» por los partidos «de izquierda»
Gracias a la ignorancia
de la estructura polémica y aún trágica de las sociedades humanas, un
socialista podrá alimentar durante toda su vida una especie de conciencia de
superioridad sobre los demás partidos políticos y, sobre todo, sobre los
partidos que él llama «de la derecha». La confianza en el progreso de la
humanidad, en la paz perpetua, en la igualdad, la libertad y la solidaridad, en
la alianza de las civilizaciones, en la abolición definitiva de la violencia de
género, en el aborto libre, &c., le permitirá mantener una especie de
serenidad durante toda su vida, porque la «confianza cósmica» depositada en el
progreso de la Naturaleza y del Género humano será capaz también de transformar
sus actos más vulgares en actos sublimes. Pero esta confianza, que sólo puede
mantenerse en sociedades en las cuales los trabajadores viven en posesión de un
«estado de bienestar» y tienen acceso político o sindical a los aparatos de
control del Estado, es solidaria de la ignorancia.
Si el socialismo ha
logrado ser una idea fuerza, o lo sigue siendo, es debido no a la idea
filosófica del socialismo genérico, sino a la idea política de un «socialismo
aureolar», un socialismo que se sitúa en un futuro indefinido pero entendido
como si este futuro tuviese ya una realidad presente y a la mano, tangible y
con la cual hay que contar en cualquier decisión política, ética o moral.
En conclusión, si el
socialismo es una idea filosófica, sin necesidad de ser una idea fuerza, en el
terreno de la política, es en la medida en que la entendemos como idea que se
contrapone al individualismo, a la manera como desde Augusto Comte la
sociología se contraponía a la psicología –a la psicología mentalista de la
conciencia, colindante siempre con el idealismo. Quienes creen en el socialismo
como si fuera una idea fuerza capaz de organizar la vida de los hombres sólo
pueden alimentar esa creencia en el terreno de una ignorancia profunda, que
confunde lo que es una idea aureolar, mitopoiética, con una idea positiva.
En realidad el
socialismo político, como ideología política, ética o moral, es un humanismo
confuso cuya fuerza, aún de carácter laico, es enteramente paralela a la de los
no menos confusos humanismos cristianos o mahometanos, que por cierto reciben
su alimento precisamente de fuentes no humanas sino pretendidamente divinas.
No dudamos que esta
idea fuerza ofrece a sus creyentes una explicación de las «injusticias» de las
diferencias de clase o de las maldades del capitalismo; pero esta idea ejerce
su influjo animador de manera similar a como la idea de Dios ejerce un influjo relevante
y santificante en quienes creen en él.
Comentarios
Publicar un comentario