Artur Mas interpreta hasta el límite el papel de
víctima y mártir del malvado Estado español, haciendo suyo el eslogan Espanya
ens roba, grito de guerra del independentismo primario. Si ha hecho recortes
brutales en sanidad o educación y la desigualdad en Cataluña se ha disparado
hasta el punto de que una cuarta parte de su población se encuentra en
situación de riesgo de pobreza o exclusión, la culpa es de Madrid, la palabra
mágica que sirve para justificar cualquier cosa. Si está dispuesto a declarar
la independencia con solo un 30 % de los votos, la culpa es de Madrid, que no
le ha dejado hacer su referendo ilegal. Pero, por si acaso los ciudadanos le
quieren exigir responsabilidades por su gestión, Mas se ha emboscado en el
puesto número cuatro de la lista secesionista, aunque quiere seguir siendo
presidente.
Todo sea por la Cataluña independiente, la panacea que promete
curará todos los males. El demoledor caso de Jordi Pujol y su familia y el
terremoto de las mordidas del 3 % echan por tierra su discurso victimista.
Al
menos hay una cosa de la que no tiene la culpa Madrid: la corrupción es
puramente autóctona. Ni por esas. Hete aquí que para este prestidigitador una
vez más la culpa la tiene Madrid, que juega sucio. Mas pretende seguir adelante
como si no hubiera pasado nada. Que hayan robado o no los dirigentes de su
partido es lo de menos. Ni da explicaciones ni asume responsabilidades. Total,
él solo fue consejero de Obras Públicas y de Economía y Finanzas de Jordi
Pujol, su número dos, delfín y heredero político, el líder de un partido con
claros indicios de financiación ilegal y que tiene su sede embargada. Pero,
como siempre en estos casos, no sabía nada. La culpa es del Estado, de Madrid
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