De pronto, España se ha convertido en el
segundo país con mayor inversión en América Latina después de Estados Unidos.
En temas como construcción, turismo y banca incluso, es el primero. Para
algunos consorcios empresariales españoles, el sueño americano ha constituido
la puerta de salvación luego de la atonía experimentada por la economía
española en los últimos años. Y desde luego, el impacto es recíproco. Para
muchos países latinoamericanos el efecto del capital, la tecnología y la
logística peninsulares ha sido tan importante como
el aporte intelectual y cultural que representó en los años treinta y cuarenta
el exilio español.
En cambio, este
desembarco español no ha estado exento de roces e incomprensiones. Experiencias
como la despiadada industria turística instalada en la Riviera Maya, en México,
deja la sensación que las prácticas empresariales evocan a los conquistadores que
casi 500 años antes despojaban a los nativos de su propia tierra en nombre del
rey y de la Iglesia. Ciertamente los grupos inmobiliarios y turísticos
españoles no han sido respetuosos ni siquiera en su propio país, como lo
demuestran los desfalcos, la especulación y la destrucción de recursos
naturales en Las Canarias y en la Costa del Sol. Pero queda la impresión que
incluso aquellos límites que les impone la legislación europea, el gobierno
español o las autoridades locales en su país pueden ignorarlo alegremente en
las condiciones laxas que consiguen obtener en el nuevo continente. Las
historias de corrupción en el caribe mexicano de parte de hoteleros españoles,
que son capaces de construir sobre manglares o construir edificios por encima
de la norma gracias a las generosas “comisiones” a políticos envilecidos, forma
parte ya del anecdotario local.
Durante años la
banca española fincada en México operó con márgenes de beneficios escandalosos
para criterios europeos, gracias a la flexibilidad de la supervisión bancaria
mexicana. Los reportes de las matrices de las instituciones financieras
españoles declaraban a sus accionistas año con año que las remesas de
utilidades enviadas desde América habían podido compensar las pérdidas en la
metrópoli. Las motivaciones de Cristina Kirchner para apropiarse de las
acciones de Repsol en Argentina pudieron ser eminentemente políticas, pero las
argumentó con el pretexto de la escasa reinversión que el consorcio español
efectuaba en su país.
Hace unos días se anunció la renuncia Jesús Ramírez Stabros, un
cercano funcionario del presidente Enrique Peña Nieto, quien fungía como
director de vinculación en Los Pinos mientras ocupaba un cargo como miembro del
consejo de administración de la empresa Iberdrola México, filial del gigante
consorcio español especializado en producción y distribución de energía. Días
antes el político potosino había solicitado un dictamen jurídico a la propia
oficina presidencial para demostrar que la doble tarea no generaba un conflicto
de intereses. A la postre debió renunciar a ambas.
Con el anuncio de
los enormes proyectos que el Gobierno mexicano se ha propuesto emprender en los
próximos años y con la apertura del sector energético, los españoles se
convierten por razones culturales e idiomáticos en los aliados empresariales
naturales. Los trenes de alta velocidad, la construcción de un ambicioso
aeropuerto, ampliaciones de carreteras, desarrollo del Metro capitalino,
etcétera, son obras que han atraído la atención de los mayores consorcios
ibéricos de la construcción y de la energía. El propio grupo cercano a Peña
Nieto no ha ocultado la comodidad que siente al operar con directivos y
accionistas españoles a diferencia de la desconfianza natural que inspiran los
usos y costumbres de la cultura de negocios anglosajona o de Europa del Norte,
ya no digamos la oriental.
Me parece que es
una oportunidad para comenzar a hacer las cosas de manera diferente. En los
últimos años nos hemos enterado en México de varios casos de corrupción de
altos funcionarios del Gobierno gracias a los procesos de auditoría interna de
algunas empresas norteamericanas. Es el caso de Banamex, que pertenece a
Citigroup, o el de Oceanografía que efectuó pagos aparentemente ilícitos a
Pemex para la obtención de contratos y licitaciones amañadas. No sucede lo
mismo con las empresas españolas. Nos queda la impresión de que lejos de
introducir los códigos éticos o las normas institucionales con los que operan
en España, algunas empresas ibéricas trabajan en América Latina con la actitud
permisiva de encontrarse en una especie de viejo oeste, de expoliación salvaje.
En suma, de aquel que puede hacer en otro lado lo que no le es permitido hacer
en casa.
La relación de América Latina y de España es simbiótica por
razones culturales e históricas. Más aun, hoy en día se encuentra en marcha un
desembarco de capitales latinoamericanos en la propia península ibérica, un
fenómeno que seguirá creciendo en los próximos años. Una y otra región
constituirán zonas de reserva recíproca para apoyarse en situaciones de crisis
y para expandirse en momentos de bonanza. Pero tenemos que comenzar a vernos
como socios históricos de largo plazo, y cuidarnos como tales. Hasta la fecha
poco o nada ha acontecido.
Desfalcos, prevaricaciones, cohecho
ResponderEliminarAhí, Juan Pardo, ahí.
ResponderEliminar