El PSOE de Zapatero y el de Sánchez son iguales: usan el dolor para ganar partidos en fuera de juego
Pedro
Sánchez ha reivindicado la amnistía total, que incluye a delitos de
terrorismo, malversación y traición, apelando nada menos que al 11-M,
con un razonamiento demostrativo de su ausencia de escrúpulos y de su
apuesta, ya definitiva, por el frentepopulismo y el choque de bloques
previamente inducidos por él mismo.
Según
el líder socialista, aquel atentado de hace 20 años fue culpa de Aznar,
que tapó la autoría yihadista para vender la hipótesis de ETA con una
«gran mentira» que hoy perdura y marca el discurso de la derecha
española en los nuevos retos políticos que, como la «conciliación» con
el separatismo, él afronta desinteresadamente entre la incomprensión y
el desprecio de sus detractores.
Hay
que tener valor para, con un currículo en el ámbito del terrorismo que
incluye más preocupación por los etarras que por sus víctimas, más
comprensión por Hamás que por Israel y más cercanía a los CDR que a los
estudiantes, profesores, comerciantes o hasta niños perseguidos por el
Ku Klus Klan con barretina; ponerse a pontificar sobre el asunto y
presentarse como una especie de redentor total, capaz de rehabilitar a
los peores criminales y, a la vez, honrar como nadie a sus damnificados.
La
realidad es que, aquel 11M de 2004, se estrenó la deriva del PSOE hacia
las posiciones que ha perfeccionado Sánchez y le permiten presentarse
como jefe de la Policía mientras, en realidad, actúa como el líder de la
banda de atracadores.
La
misma tarde del atentado, el entonces ministro del Interior, Ángel
Acebes, asumió en público la posibilidad de que la matanza de los trenes
fuera obra del fundamentalismo. No descartó que la autoría fuera de
ETA, como no lo hicimos ninguno, incluyendo a los principales medios de
comunicación de referencia del PSOE y la práctica totalidad de la clase
política vasca y española, incluidos el entonces presidente del País
Vasco, Ibarretxe, y el candidato socialista, Zapatero.
Que
al PP le preocupara el posible impacto de un atentado islámico en el
resultado de las Elecciones convocadas para cuatro días después y que
prefiriera insistir en la tesis de ETA no fue una gran idea,
precisamente, pero nadie con un aprecio mínimo por la realidad puede
desmentir dos cosas: que se habló de Al Qaeda desde el primer momento
también y que, en un tiempo récord, se localizó a los responsables de la
matanza, inmolados en un piso en Leganés, y se identificó o detuvo a
quienes les ayudaron a cometerla.
Mucho
más aparatoso que el empeño popular en priorizar la vía de ETA, que
nunca puede ser descartada en un país con nuestro historial pero no
podía ser única en un mundo ya asolado por Al Qaeda; fue el del PSOE en
convertir el atentado y su origen en una excusa para dinamitar el tramo
final de la campaña y tratar de invertir el resultado pronosticado por
todos los sondeos, que apuntaban a una sonora derrota de Zapatero frente
a Rajoy.
Por
primera vez en la historia, un partido echó la culpa de un atentado al
Gobierno; convirtió las inevitables dudas sobre los hechos en una prueba
de la manipulación; justificó con ello el ataque a las sedes de su
rival y generó un estado de ánimo de indignación y movilización capaz de
provocar un vuelco en las urnas con una falsedad de la que luego se
olvidó.
Porque
Zapatero jamás se sintió orgulloso de que una Nación le mirara a él
para gestionar los estragos de un ataque a su forma de vida, que sería
lo lógico de no sentirse culpable, y optó por achacar a su desconocida
propuesta social la clave de una victoria conseguida por sorpresa, en el
último minuto y en fuera de juego.
Solo
Sánchez, quién si no, se ha atrevido ahora a ponerse al frente de la
lucha contra el horror y al lado de las víctimas, en otra prueba más de
su sonrojante desfachatez, sostenida por un aparato mediático instalado
confortablemente en el epígrafe laboral de las meretrices.
El
11M fue un desafío yihadista a la civilización occidental, con la
complicidad siquiera anímica de ETA y la utilización local del PSOE, que
inició así el camino de tropelías que hoy sigue manteniéndole en el
poder.
Unas
veces se aprovecha del martirio y de la sangre; y otras se alía con
quienes los provocan para alcanzar o mantenerse en el poder, pero en
ninguno de los casos se sitúa en el lugar correcto: las víctimas son una
simple herramienta, a olvidar si se necesita a Bildu o a Puigdemont o a
explotar si se puede ganar unas elecciones.
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