Urgente y necesario
España
está al borde del abismo. Para ayudar a su estabilidad, Su Santidad
recibe al presidente de la Generalidad de Cataluña en el momento más
oportuno. Las calles estallan. La economía se desvanece. Golpe de Estado
del Gobierno y el Partido Socialista. En Portugal, el primer ministro
António Costa dimite por un caso de corrupción. Estos portugueses son
muy suyos. Dimiten. Menos mal que, ajenos a todas estas simplezas,
tenemos gobernantes que sigue trabajando para España y el bienestar de
los españoles. En el caso que nos ocupa, de los españoles gordos
homosexuales. A los gordos que no sean homosexuales, que les den
morcilla. La secretaria de Estado del Ministerio de Igualdad, Ángela
Rodríguez, también conocida por Pam, trabaja en plena confusión por
conseguir la normalidad de lo urgente y necesario: «Gordo no se es
solamente por lo que se pesa. Gordo es una cuestión profundamente
política». Ha presentado un informe de la gordofobia que impera en
España, el más grave de sus problemas. «Pido más actores gordos
homosexuales en el cine español». Totalmente de acuerdo con ella. El
cine español, que salvo excepciones es una porquería de cine, necesita
más gordos y gordas homosexuales. Entonces, sí, he logrado entender que
ser gordo en España es una cuestión profundamente política. Y he
recordado a mi difunto tío bisabuelo, Jacinto Ussía, alavés, gordísimo,
gran amante del teatro, cuya única ilusión era rodar una película con
Buster Keaton, y fue rechazado por no ser homosexual. No lo eliminaron
por gordo, sino por heterosexual, y en este caso concreto, la señorita
Pam se equivoca. La cuestión profundamente política que impidió una
carrera triunfal de mi tío Jacinto en Hollywood y Madrid fue su
heterosexualidad, no su gordura.
Nació
con doce kilogramos de peso. En amurrio, su lugar natal, le decían
«elefantea txiki», el elefantito. Mi tatarabuela no pudo amamantarlo,
porque después de la primera succión, su rebosante y rebosado pecho
izquierdo se convirtió en una alubia. Pero el tío Jacinto creció feliz, y
como sus padres tenían mucho dinero, le deban de comer lo que el niño
demandaba. A los veinte años dio en la báscula militar 167 kilos y se
libró de algunas guerras. Pero su ilusión era la de ser actor. Un actor
gordo y gracioso. «Su problema, 'Jashintitxu', es que no es homosexual».
Efectivamente no lo era. Pero tampoco era un seductor de mujeres. Su
única novia, Imanola Urruchurtu, falleció aplastada por el tío Jacinto
cuando ella, en un atrevimiento primaveral, le dijo: «Jashintitxu, hazme
tuya». Cuando una especie de grúa para el ganado elevó al tío Jacinto
para que Imanola pudiera liberarse de su peso, Imanola había fallecido
por aplastamiento. Fue muy sentida su muerte en Amurrio, pero al tío
Jacinto se le cerraron muchas puertas en el mundo del espectáculo, y más
aún, en el cine español, que era mucho mejor que el de ahora, y los
actores no exclamaban ni oh ni ah antes de pronunciar cualquier palabra.
De haber vivido y gobernado Pam, mi tío Jacinto habría superado a
Oliver Hardy, que era gordo y tampoco homosexual.
Ignoro
lo que percibe Pam como secretaria de Estado de Igualdad, pero creo que
hay que subirle el sueldo. Una mujer que dedica sus horas de trabajo
para encontrar la fórmula que termine con el problema profundamente
político de los gordos para aplicarla en el cine español –siempre que
sean homosexuales– merece nuestro reconocimiento. No todo es amnistía a
los delincuentes del terrorismo catalanista, pactos con los terroristas
vascos, indultos por doquier, golpe de Estado, derroche del dinero
público, y otros asuntos de profundidad política. Ella a lo suyo, a lo
urgente y necesario. A imponer en las películas subvencionadas a los
actores y actrices gordos y homosexuales para llevar nuestro cine a la
más alta atalaya de la cultura.
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