Un Gobierno no, una sala de guerra
Sánchez ya no tiene vuelta atrás: designa ministros de corte militar mientras negocia en el extranjero sus próximas rendiciones ante Puigdemont
Sánchez
prosigue su escalada bélica, que es su bomba de humo para ocultar su
rendición ante los enemigos de España, nombrando un Gobierno de
imposiciones ajenas comunistas (en contra del mandato constitucional que
reserva al presidente la capacidad indelegable de elegir a sus
ministros) y edecanes propios cuyo principal mérito es la lealtad
marcial al patrón: no hacen preguntas, ejecutan órdenes.
Más
que un Consejo de Ministros es un búnquer y un sala de guerra, como la
Moncloa es el Nido del Águila, desde el que se piensan dirigir las
maniobras previstas: como se trata de disimular la rendición
incondicional ante el separatismo, no queda otra que dramatizar un
enfrentamiento a vida o muerte con esa molesta España constitucional,
transformada por la propaganda sanchista en una gigantesca conspiración
reaccionaria sin otro objetivo que derribar al Gobierno legítimo.
Todo
produce bochorno en Sánchez, sin excepción ni atenuante, y todo resulta
ya agotador en un país en el que cada argumento, prueba, dato, hecho y
realidad verificable se replica con un insulto, un desprecio, una
valoración ad hominem y una suposición; tácticas todas ellas
goebbelianas para impedir una conversación sensata sobre los asuntos
públicos y enterrar con ello uno de los pilares esenciales de la
democracia.
Pero
mientras Sánchez repartía el botín con sus soldados y apostaba por
generalizar el perfil de Puente o de Bolaños para dejar claro que esto
va a ser una guerra, se perpetraba con impunidad el siguiente paso en la
escalada destructiva de la España constitucional con el abono de otra
factura del rescate, girada por sus secuestradores.
Si
su Presidencia se negoció con un prófugo y en un país extranjero; el
desarrollo de los obscenos peajes que comportaba se dirime ahora en
Suiza, con cuatro mediadores internacionales desconocidos y en privado,
como si España fuera el Ulster o la Colombia de las FARC.
Lo
único que sí sabemos, porque aparece en el chantaje por escrito que
Sánchez rubricó para comprarse la Presidencia, es el objetivo de la
reunión, más propia de mafiosos huyendo de la Justicia para verse de
incógnito en una isla remota que del tipo que maneja el BOE en un país
decente.
Allí
van a hablar del «cupo catalán», que consagrará el principio de
insolidaridad y empobrecerá a la España más desfavorecida, creando un
nuevo paraíso fiscal parecido al del País Vasco o Navarra. Y se empezará
a conversar sobre el tipo de referéndum de independencia que a
Puigdemont le parezca aceptable, probablemente en el tramo final de la
legislatura, cuando el abordaje de Sánchez al Estado de derecho sea
pleno y una Justicia colonizada de condespumpidos esté preparada
para blanquear cualquier exceso y darle el mismo tipo de legalidad que
Chávez o Maduro le confirieron al ordenamiento jurídico venezolano.
Sánchez,
por necesidad y convicción, ha roto con al menos media España,
engañando a una parte de la otra media con mentiras preelectorales o
seduciéndola con subvenciones a fondo perdido, pero su realidad no
cambia ni con todo el auxilio de la sumisa trompetería mediática que
presenta cada uno de sus abyectos pasos como una genialidad política
vanguardista y luego pasa por caja.
Y
esa realidad es que el futuro de España, cuando no su presente, se
ventila clandestinamente entre Waterloo y Ginebra, alzando muros
domésticos contra millones de españoles inocentes, derribando todos los
obstáculos constitucionales y preparando una alfombra económica,
jurídica e institucional a los únicos insurgentes de verdad.
Un
Gobierno que insulta a Fernando Savater y le pide la vez a Puigdemont, a
Junqueras y a Otegi no merece respeto alguno, ni tampoco responder a su
fuego con más fuego. Pero hay que adivinar aún dónde está la puerta de
acceso, aún indemne, para encontrar la fórmula para salvar la democracia
desde la democracia. Sánchez la abandonado y ahora es toda ella de sus
víctimas.
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