Puigdemont entrando por la Diagonal
Cataluña es independiente de facto. Sólo falta que Sánchez certifique la defunción de España en la región.Mural de Sánchez y Puigdemont besándose obra del grafitero TVBoy en la plaza de las Glorias en Barcelona.
La amnistía no ha salido todavía del horno pero el independentismo ya ha pasado de pantalla. Dan por sentada la "desjudicialización" del procés y el regreso de Puigdemont a lomos de Pedro Sánchez. Ya se imaginan al inminente exprófugo entrando por la Diagonal festejado por los coros y danzas del independentismo mientras a los indultados de ERC se les pone cara de pánfilos. Tal vez por eso el presidente interino de la Generalidad y número dos de Junqueras, Pere Aragonès, ha aprovechado la inflamación del 11 de septiembre, fiesta autonómica de Cataluña, para reclamar la autodeterminación pactada con el Estado y reconocida internacionalmente. Los independentistas son insaciables. Si pierden un referéndum, como ocurrió tantas veces en Quebec o no hace demasiado en Escocia, vuelven a la carga. No hay manera de aplacarlos y no tienen enmienda.
El drama es que el independentismo no había tenido tan pocos votos como ahora y tantas posibilidades a la vez para lograr sus objetivos. En las pasadas elecciones generales hasta quedaron por detrás del PP, que en Cataluña es un partido sumido en la más estricta irrelevancia. Y en el momento de mayor debilidad de las fuerzas separatistas, el PSOE está dispuesto a darles lo que pidan y hasta el PP ha tanteado a Junts en pos de una abstención que facilite la investidura de Feijóo. De modo que los dos principales partidos de España no sólo reconocen como interlocutores válidos a los golpistas sino que insuflan aire a un proceso que estuvo a punto de acabar a bofetadas por las calles de Barcelona hace seis años.
Visto el delirante comportamiento de quienes deberían frenar el separatismo, los líderes del supremacismo catalán andan por la actualidad como los amos del cortijo español, dando lecciones de democracia y clases de Derecho. De modo que el debate ya no es la amnistía, sino quién se va a beneficiar de ella. Los autores materiales del golpe ya tienen el boleto, pero destacados prohombres del nacionalismo como el millonario David Madí, ex mano derecha de ese titán de la estulticia que es Arturo Mas, ya han salido a la palestra para pedir que Jordi Pujol sea incluido en el selecto grupo de los catalanes que pueden cometer los delitos que les roten sin consecuencias. Sí, Pujol, han leído bien, el patrón del 3%, patriarca de un clan familiar que se lo llevó crudo durante décadas mientras se hacía el austero y obligaba a sus guardaespaldas a pagarle los gastos de bolsillo.
Uno de los grandes triunfos del nacionalismo es haber logrado que tanto los dirigentes del PSOE como los del PP prefieran ignorar la realidad de Cataluña, donde el Estado ha reducido su actividad a la mera recaudación de impuestos. Todo lo demás está controlado de un modo u otro por los Pujolone, de las escuelas a la policía. Cataluña es independiente de facto. Sólo falta que Sánchez certifique la defunción de España en la región. Tal vez sea lo que haga falta para que se produzca una reacción a la altura de las tristes circunstancias.
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