El clima depresivo del partido choca con el barómetro del CIS, que es calificado
de «broma» por los socialistas El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto
al líder del PSOE de Madrid, Juan Lobato, en un mitin en la capital el pasado 7
de julio. Hay un consenso demoscópico y político: nadie se cree ya las
estimaciones del CIS de José Félix Tezanos. La victoria socialista que
pronostica el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas no sólo no es
objeto de las tradicionales convocatorias de los partidos para valorar los
resultados, sino que estos apenas ocupan un hueco en las conversaciones que los
socialistas tienen en privado, salvo para reconocer que son «de broma». Más allá
de los titulares de periódicos y tertulias televisivas o radiofónicas, el
barómetro del CIS no ocupa ya espacio en las conversaciones internas de los
partidos políticos. Menos aún en el PSOE, donde el clima depresivo ha inundado a
la organización, inmersa en una «campaña fúnebre» sin mítines ni militantes.
Nadie contempla una victoria. Todos cuantifican la magnitud de la derrota y la
opinión mayoritaria es que no se salvarán los muebles. La barrera psicológica de
los 110 escaños que sacó Alfredo Pérez Rubalcaba en el 2011, en el ocaso del
zapaterismo queda lejos del umbral aceptable para que el partido «no se abra en
canal». La inmensa mayoría de los dirigentes, de distintos territorios y
familias políticas, críticos con el sanchismo, partidarios y veteranos,
coinciden en que si el PSOE no pasa del centenar de parlamentarios y el PP se
corona por encima de 150, ésta vez no hay parapeto posible. Es más, la
sospecha/temor/augurio ampliamente compartido es que «Feijóo no va a necesitar
la abstención de Vox. Si saca 155-160, Pedro se tiene que ir la noche del 23-J».
Pero es aquí donde se desdoblan los caminos en función de la afinidad con el
todavía líder del partido. Los partidarios de Sánchez aceptan que s esto se
cumple, el líder del PSOE no podrá recoger el escaño en el Congreso. «¿Tú le ves
sentado en la oposición viendo cómo Feijóo se sienta en su sillón azul?». Otra
cosa distinta es que lo que ocurra en el partido y lo que auguran los sanchistas
‘pata negra’ es que Ferraz volverá a ser una trinchera, como en octubre del
2016, cuando fue derrocado por el Comité federal del PSOE un famoso 1 de
octubre. «Pedro no se va a ir». Como adelantaron fuentes socialistas a este
periódico, «se va a atrincherar» en la secretaría general del partido, con la
excusa de hacer un proceso tranquilo, sereno, dando tiempo a que se articulen
los liderazgos y, sobre todo, manejando los tiempos y al aparato para
garantizarse el control del partido y, en función de las circunstancias, incluso
su permanencia. Aviso a los barones La gran paradoja se encuentra en su tabla de
salvación: la debilidad actual de los barones tras el 28-M. Quienes podrían
garantizar la permanencia de Pedro Sánchez podrían ser los presidentes
autonómicos que han dejado de serlo, y cuya supervivencia política está
únicamente sujeta al hilo de la secretaría general. Con la única excepción de
Emiliano García-Page, los barones autonómicos empiezan a temer por sus
territorios, donde el ruido interno de sus federaciones constatan los
movimientos preparatorios de una eventual dimisión de Sánchez. Algo que
conllevaría la constitución de una comisión gestora y la convocatoria de un
congreso extraordinario que, según los estatutos del partido, abriría paso a los
congresillos territoriales para renovar todos los liderazgos. En Aragón, el
partido está «completamente partido», y Javier Lambán «ya no controla la
federación» tras haber perdido todo en Huesca y haber dimitido sus candidatos
por la imposición de Ferraz en las listas; en Valencia, la salida de Ximo Puig
es altamente probable por la amenaza del tándem entre los secretarios
provinciales de Valencia y Alicante, Carlos Mislata y Alejandro Soler, que
«forzarán un congreso extraordinario y lo tienen ganado con el apoyo de una
amplia mayoría de alcaldes; en Extremadura, «Guillermo Fernández Vara está
fuera, deseando ejercer de médico forense y abandonar la política, en la que
sólo sigue por la petición expresa de Pedro»; en Madrid, muchos opinan que el
liderazgo de Juan Lobato «está consolidado» pero no sobre suelo firme, ya que el
corte de entrada en el Congreso por Madrid puede limitarse a 7 escaños -justo el
puesto que ocupa en la lista el jefe de gabinete de Pedro Sánchez, Óscar López-,
dejando fuera a los simanquistas (Rafael Simancas va de número 9 y su pupila,
Mercedes González, de 10), lo cual anticipa una dura batalla en un congreso
regional con Félix Bolaños recién salido de Moncloa, sin más puesto que el de
diputado raso y con aspiraciones aún de controlar Madrid. Con la pérdida de su
feudo en Canarias, ahora en manos de CC y el PP, y Andalucía «a punto de saltar
por los aires» para derrocar a Juan Espadas, serán clave las posiciones que
fijen los barones afines que todavía lo seguirán siendo: el asturiano, Adrián
Barbón, y la navarra, María Chivite, pero ambos contemplan la permanencia de
Pedro Sánchez, aun siendo desterrado de la presidencia del Gobierno. Y en su
caso, ambos le apoyarían. Es destacable en este sentido la recientemente
recuperada actividad de la cabeza de lista por Asturias y ex vicesecretaria
general del PSOE, Adriana Lastra. Fue de las pocas que se apresuró el martes a
defender «la solvencia» de Sánchez tras el debate del lunes con un «Feijóo
mutado en una máquina de mentir», frente al silencio de otros muchos. «Los
Estatutos le permiten perpetuarse» Según fuentes socialistas, «ya no hay
barones». Y el único liderazgo incontestable que queda, el de Page en
Castilla-La Mancha, necesitará aliados para la revolución antisanchista. Una
aspiración quizá demasiado alta con las armas disponibles porque «los estatutos
están redactados para que él se perpetúe», tras los cambios efectuados por el
propio Sánchez en el 39º Congreso del PSOE, después de su reconquista del PSOE
en 2017. Los detractores de Sánchez vislumbran las maniobras y advierten de que,
si los pronósticos se cumplen, «no se puede dimitir en diferido y Pedro tendrá
que asumir su responsabilidad de una vez por todas». Y más después de una
«campaña personalista en la que él lo ha centralizado todo». Pero vuelven los
bandos y los más fervorosos pedristas dan señales de estar preparados para una
nueva batalla, para volver a contar votos en un Comité Federal y para resistir
la embestida de los críticos. Vuelven a sonar los tambores de guerra y afloran
las evidencias de que «tendría que haber una profunda remodelación en el
partido». Y las amenazas veladas: «Pedro llamará el 23 a los barones para
preguntarles: ‘¿Cómo lo hacemos?’». Pero esa pregunta no va en son de paz ni
pretende hacerles partícipes del proceso que sólo el jefe quiere tutelar. Lo que
persigue es mandar un aviso a navegantes. Si caigo yo, caemos todos. Porque si
se constituye la gestora y se convoca un congreso, caerá Pedro Sánchez y, con
él, todos los antisanchistas derrotados en las urnas a los que ya les están
moviendo la silla.
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