A todos nos sorprendían esas quejas de candidatos de Cs -en las primarias- y, la verdad, nadie les tomaba en cuenta. Siempre venía una mujer, tipo azafata, y ganaba las primarias. Hasta que el Domingo pasado en Castilla y León se despejaron todas las dudas. Un artilugio "made in Cs" votaba fuera de control. Se espera que en unas horas, Albert Rivera dimita, aunque le está apoyando Pedro Sánchez en estos sucios momentos.
A un mes de que arranque la campaña electoral, el marco en
el que se desarrollará la contienda está claro. La llamada al voto útil y la
apelación al voto del miedo, en realidad un único y mismo argumento, serán los
ejes del PSOE y el PP, los dos partidos que encabezan los bloques de izquierda
y derecha, mientras que el resto de formaciones tendrán que esforzarse en
desbaratar esa tesis. La insistencia en advertir al votante de que apoyando a
una determinada fuerza puede acabar favoreciendo por efecto de la ley electoral
a otra contraria a su credo político es constante en todas las campañas.
Pero
con cinco fuerzas en liza con aspiraciones de tener grupos potentes en el
Congreso, esa estrategia se multiplica. Hasta ahora, el PP insistía en que
votar a Vox es votar a Pedro Sánchez, dando por hecho que el voto a los de
Santiago Abascal será inútil en muchas circunscripciones, lo que favorece que
el PSOE pudiera hacerse con el último escaño en juego. Esa tesis, sin embargo,
partía de la base de que Vox será el quinto en discordia. Pero, como demostró
primero la encuesta de Sondaxe y confirman ahora otros sondeos, Vox se está
disparando y podría muy bien ser el tercero, por encima de Ciudadanos, cuya
errática estrategia, habitual en todas las campañas, le sitúa en un claro
declive y camino de ser superado por Vox. En cuanto ese marco se consolide
mentalmente en el votante de derechas, la fuga de votos de Ciudadanos a Vox y
al PP será mucho mayor. Algo que se multiplica por la falta de credibilidad de
Rivera en su promesa de que no pactará con el PSOE. Pero es que, ni aunque
Ciudadanos faltara a su palabra y se aliara con Sánchez, sumarían una mayoría.
Todos esos efectos sumados pueden llevar a un derrumbe histórico del partido
naranja, convertido en un juguete roto y víctima de sus garrafales errores,
incluidos los fichajes no de talento, como dice, sino de restos de desecho del
PSOE y el PP, algunos de los cuales, como la castellano leonesa Silvia
Clemente, han acabado en un escandaloso fiasco.
Una vez que Rivera se ha atado a la derecha jurando que no
pactará con Sánchez, la llamada al voto del miedo del PSOE será la de no apoyar
a Podemos y sus confluencias, porque dividir el voto de izquierda facilitaría
un Gobierno conservador más condicionado por la extrema derecha que por los
naranjas. Votar a Podemos y no al PSOE puede favorecer a Vox, se dirá. Y si esa
idea cala -y cala cada vez más- el derrumbe de Podemos será también demoledor. El
previsible colapso de Ciudadanos y de Podemos juega a favor de Sánchez. Pero
falta otro componente del análisis poselectoral que se olvida interesadamente.
Ningún sondeo ve posible que PSOE y Podemos alcancen por sí solos la mayoría
necesaria para gobernar. Y, por tanto, la única posibilidad de que gobierne la
izquierda es pactando con los independentistas. Siguiendo la lógica de sus
propios argumentos, y para que nadie se llame a engaño, votar al PSOE o a Podemos
es por tanto apostar por un Gobierno de España condicionado por los
separatistas.
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