Ésta es la mejor e
irrebatible prueba de que nos están mintiendo: a)- los escombros de la Embajada
salieron disparados hacia la calle, no hacia adentro; señal de que la bomba
estaba en el interior del edificio;
b)- aún flotaba en el aire
el polvo del derrumbe, pero no se observa el coche bomba Ford F-100 que aducen.
Al cumplirse un cuarto de
siglo del atentado a la Embajada de Israel, el dato políticamente más
significativo es el descomunal operativo de prensa pro Israel que presenciamos,
y cuyo objetivo real no puede ser otro que ocultar la verdadera autoría
intelectual y material de ese crimen y, de paso, encubrir a sus verdaderos
autores.
A la cabeza de esa feroz
campaña de ocultamiento y encubrimiento está la propia Embajada de Israel que,
muy sugestivamente, y a pesar de ser la directamente perjudicada por el
atentado, nunca quiso constituirse en querellante, y ni siquiera responde los
varios pedidos de colaboración que se le han efectuado judicialmente para
esclarecer la causa.
Todo se reduce a unas
cuantas lágrimas de cocodrilo derramadas por Israel y sus adictos o agentes
locales.
Muchas protestas y no menos
actos de hipocresía. Ninguna colaboración.
Pero lo más grave de esta
tragicomedia es que el principal responsable de tal maniobra de ocultamiento y
encubrimiento no es Israel, que la origina, sino nada menos que nuestra Corte
Suprema de Justicia de la Nación que la obedece.
En Medio Oriente corre un
refrán que describe nuestra infeliz situación al respecto:
Si la carne corre peligro de
podrirse, tenemos la sal. Pero si se pudre la sal, ¿qué nos espera?
La Corte es la sal que
garantiza y cuida nuestros derechos. Si se corrompe la Corte, “estamos en el
horno”, para decirlo con toda franqueza y claridad.
Y, desgraciadamente, la
Corte Suprema de Justicia de la Nación se ha corrompido en la causa de la
Embajada, y ha claudicado ante la desembozada presión israelí que trata de
ocultar a los verdaderos autores de aquel horrible atentado. Un atentado que
abrió las puertas del infierno para nuestro país.
En efecto, apenas producido
el bombazo, todo indicaba que los explosivos fueron colocados dentro del
edificio de la Embajada, y no había signo alguno de un coche bomba. Incluso el
entonces presidente Carlos Menem, igual que el ministro del Interior José Luis
Manzano y el perito de Gendarmería Osvaldo Laborda, dijeron enfáticamente que
la explosión había sido interna.
Pero Israel actuó
rápidamente para encubrir el crimen.
Fue el Dr. Alfredo Bisordi,
secretario penal de la Corte Suprema que, a la sazón, presidía el Dr. Julio
Nazareno, y que estaba a cargo de la investigación de ese atentado, quien puso
las cosas en su lugar. El 5-3-2002 declaró bajo juramento ante el Congreso de
la Nación (en el juicio político a aquella Corte Suprema menemista) y dijo que:
A las 21,30 horas del día
del atentado, “pescó” al jefe de Seguridad de la Embajada israelí, señor Ronie
Gornie, “convenciendo” al comisario de la seccional 15 de la Policía Federal
(la que intervino en esa causa) de que la explosión la había producido un coche
bomba…
Israel presionó a Menem (no
hacía falta mucha presión para que el “lobby” anglosajón-Israelí le torciera el
brazo) y el entonces presidente, de ahí en más, juró que el atentado fue
producido por esa fantasmagórica Ford F-100 que nunca nadie vio.
Pero, en 1996, cuatro años
después del atentado, las dudas eran muy fuertes sobre la existencia de tal
coche bomba. Para descomprimir el ambiente, la misma Corte Suprema menemista
encargó una pericia a la Academia Nacional de Ingeniería, cuyos expertos
determinaron, sin lugar a dudas, que la explosión había sido interna, y que no
hubo un coche bomba. El debate posterior, hecho en sede judicial entre esos
peritos y los de la Policía Federal y los de Gendarmería, determinó que los
académicos tenían razón.
Por ello, la Corte anunció
que abriría un nuevo cauce de investigación que partiera de la base de una
explosión interna.
Entonces sucedió lo insólito
y bochornoso: el embajador de Israel, señor Itzhak Avirán, con todo desparpajo
y prepotencia, declaró públicamente que pediría el juicio político de los
miembros de la Corte si concretaban la apertura de ese nuevo cauce de
investigación, porque eso sería un acto de ¡antisemitismo! (un cómodo
taparrabos que Israel y sus adictos usan contra quienes denuncian sus
atropellos).
El presidente Menem nada
hizo para poner en vereda a un embajador extranjero que intervenía tan ilegal
como groseramente en nuestros asuntos internos. Y la Corte menemista arrugó
para cumplir con “su deber”: nunca se animó a abrir ese cauce de investigación.
Hoy, a 25 años de aquel
atentado, la Corte Suprema actual vuelve a arrugar y miente desembozadamente al
afirmar que:
1.- “El atentado fue
cometido por el Hezbollah…”
2.- “… mediante una
camioneta bomba…”
3.- “… conducida por un
suicida…”
4.- “… con intervención de
ex diplomáticos iraníes en la planificación…”
Todo, según el diario
porteño LA NACIÓN (volcado íntegra e incondicionalmente a favor de los
intereses israelíes) del 18-3-17, página 16, nota de Hernán Capiello.
Vale la pena consignar que
Hernán Capiello y LA NACIÓN saben perfectamente que eso es falso, una vulgar
mentira. Y lo afirmo tan categóricamente porque fui yo en persona quien les
demostró a ambos, hace ya unos cuatro años, que Israel mentía y que la
explosión fue interna. Capiello me prometió por escrito que, “un poco más
adelante, cuando se presentara la ocasión”, publicaría mis estudios sobre el
particular. Al parecer, nunca se presentó esa ocasión, porque nunca publicó una
línea de lo mío, ni nada que “ofendiera” a Israel…
A eso le llaman libertad de
prensa. ¡Otra hipocresía!
A su vez, quien dude del
verdadero servilismo con que actúa el presidente de la Corte Suprema Dr.
Ricardo Lorenzetti, frente a los poderes extranjeros de dominación, puede
consultar los libros “ArgenLeaks” y “PolitiLeaks”, de Guillermo O’Donnell (Ed.
Sudamericana, Buenos Aires, 2015). En ellos podrá leer que el Dr. Lorenzetti
acudió tres veces a la Embajada de EE. UU., para pedir al “virrey-embajador”
que su país financiara sendas actividades de la Corte Suprema. En dos de ellas,
el virrey accedió a dar al Dr. Lorenzetti la coima –delito de cohecho- que
pedía. En la tercera, parece que el virrey se cansó del pedigüeño, y mandó al
Dr. Lorenzetti a mendigar esa coima-limosna a las empresas privadas. Algo así
como una coima liberal, es decir “de mercado libre”.
Cuando la Corte Suprema se
corrompe, y miente y obedece al extranjero, significa que nuestra sal está
podrida. En este caso, lo ha hecho para obedecer a Israel en su afán de
encubrir a los autores del atentado a su propia Embajada.
Otro tanto hace Israel con
los criminales que asesinaron a 85 argentinos en el atentado a la AMIA: los
encubre. Y los fiscales y jueces que intervienen en ese caso también obedecen.
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