Es cierto que Sánchez, el emperador de los sudokus, advierte «que hay un riesgo evidente de que la derecha sume»
Hay muchos, demasiados
españoles que tienen opiniones que no comparten." Uno lleva adheridas,
parece que de forma inevitable, muchas más opiniones que argumentos, lo cual
parece ser de gran utilidad en estos festivales del pensar-sintiendo que son
las campañas electorales. El pensar sintiendo es el pensar propiamente
democrático, porque para la emoción todo el mundo vale.... Y, por lo tanto,
todo el mundo vale también para la decepción (que, en lo relativo a las cosas
humanas, suele ser un simple síntoma de ignorancia).
Se puede pensar sintiendo
poniendo el acento en el pensar o en el sentir y el resultado no es el mismo.
En esta campaña parece que todos nos hemos puesto de acuerdo para que lo que
prime sea el sentir. Quiero creer, ya que en política las percepciones
subjetivas de la realidad son datos objetivos de la realidad, que dentro de
unas décadas se describirá este presente minado que atravesamos como
"aquellos años que a punto estuvimos de volvernos tontos". Para que
el "a punto" se quede en eso, deberíamos atrevernos a ampliar el
objetivo con el que vemos la vida política, a alejarnos un poco de lo
inmediato, a abrir de par en par las ventanas de nuestras opiniones, para que
se oreen. Palacio Valdés cuenta en su Testamento literario que "un perro se
introdujo en un rebaño de ovejas y las fue oliendo una por una. 'Huele mal!',
decía, y se iba a otra. 'Huele mal!', repetía. Hasta que una de ellas le dijo:
'Cómo te hemos de oler bien si a todas nos hueles el trasero?'".
Curiosamente, quienes más tiempo dedican a oler traseros suelen ser también los
más empeñados en eructarnos su desgana de ser españoles. Teniendo unos índices
de bienestar envidiables si resucitara Valera seguiría sosteniendo que en
cuestión de quejas es donde somos verdaderamente una potencia mundial.
Hay escuelas en España que,
en vez de enorgullecerse de la comprensión lectora de sus alumnos, se jactan de
los libros que prohíben leer. Por cierto, ¿qué habrán leído en su infancia esos
censores?
El mismo día en que un grupo
contundente de universitarios convertía la Universidad Autónoma de Barcelona en
partibus infidelium, al intentar impedir que Cayetana Álvarez de Toledo hiciera
uso del que debiera ser el privilegio de la democracia, la palabra, John Carlin
publicaba en La Vanguardia que en estas próximas elecciones "se enfrentan
la España de hábitos absolutistas y la de pensamiento abierto". Poco
después, una insigne representa de ese «pensamiento abierto» que ensalza Carlin,
Laura Borràs, candidata de Junts per Catalunya, declaró, refiriéndose a la
candidata del PP: "Cuando buscas problemas, los encuentras".
Ciertamente, es una gran verdad.
Tezanos atribuye el gran
porcentaje de indecisos a la "volatilidad" de la opinión pública y a
la gran trascendencia de estas elecciones «coyunturales». La trascendencia de
la coyuntura hace a la opinión pública volátil. ¿Es eso lo que hay que deducir
de ese 40% de encuestados que se niega a responder a la intención de voto? ¿Qué
inseguridad los empuja a ocultar su sentimiento?
Es cierta nuestra desazón
por una España que no nos atrevemos a calificar de bien hecha y a la que la
andamos viviseccionando de forma tan sesgada que hasta parece de buen tono
humanista reivindicar al conde don Julián. Es cierto que no hay español que no
se crea superior a sus políticos. Y es muy cierto que un país que se crea
superior a sus políticos no se quiere bien a sí mismo. ¿Qué significado dar a
la ausencia de fiestas políticas comunes, es decir de una común política
emocional?
Molesta que un
centro educativo se llame Ramiro de Mazetu; que es sorprendente que Carmen
Calvo sea elegida mujer del año; que en Cataluña pueden expedientar a un
policía por defender dos datos objetivos: (1) que la república no existe, (2)
idiota; es cierto que, como se ha atrevido a decir Iceta, hoy el origen social
en Cataluña pesa más en los resultados escolares de un alumno que lo que pesaba
hace veinte años; es cierto que ERC puede fichar a un gitano para incluirlo en
las listas del alcaldable Maragall y cuando el hombre, Sicus Carbonell, dice lo
que piensa sobre la homosexualidad, se lo extirpan con urgencia, por cierto, en
el día internacional del pueblo gitano, y es cierto que esto dice más de cómo
se elaboran las listas que de ERC o de los gitanos.
Es cierto que Sánchez, el
emperador de los sudokus, advierte «que hay un riesgo evidente de que la
derecha sume». Es cierto que para Juan Ramón Rallo «el programa económico del PP es con mucha diferencia el programa más liberal del panorama nacional», con lo
cual PP resulta ser un partido innovador: ha creado el nacional-liberalismo.
Es cierto que "la
violencia de género" es un concepto ideológicamente minado y que por eso
la lógica del prejuicio a favor de la víctima nos ha estallado al enfrentarnos
a la eutanasia. Hay demasiada gente que parece incapaz de detenerse a pensar
las consecuencias de sus buenas intenciones. Quizás debieran leer a Donoso, que
advierte que el entusiasmo (¡ese opio del pueblo!) es en política la antesala
del nihilismo. Es cierto que cuesta poco ser compasivo cuando la compasión nos
sale gratis y que hoy estamos siempre preparados para sustituir lo que funciona
bien por lo que suena bien.
Es cierto que hasta el
mismísimo Periódico de Cataluña se alarma porque «estamos ante una campaña
electoral en la que la frivolidad tiñe demasiadas propuestas de los partidos».
Es cierto que, por mucho que se empeñen algunos, no se puede sustituir con
clases de democracia en las escuelas la mengua de ejemplos de responsabilidad
política durante las campañas electorales.
Todo esto es cierto, pero
todo esto junto está muy lejos de reflejar el todo que somos. Así que cuando
nos vengan renegando de "este país", compadezcamos la miopía y las
narices del paisano y sigamos nuestro camino.
Capaces de fotografiar
agujeros negros situados a 55 millones de años luz de distancia, no sabemos
bien cómo dotarnos de un amor propio comunitario. Las cosas humanas siguen
siendo singulares, como ya viera Aristóteles. Por eso somos más contemporáneos
de Sócrates que de Newton. Si la fotografía del agujero negro confirma las
ecuaciones de Einstein, en las cosas humanas seguimos comprobando que la manera
en la que observamos nuestra realidad es un dato objetivo de nuestra realidad.
Cualquier observador
imparcial, constatando con una ojeada que España está muy por encima de
nuestras quejas, podría preguntarnos si compartimos realmente nuestras
jeremiadas. Yo le contestaría que no, que en cuanto damos el salto del "es
cierto que esto es así", al "es cierto que todo es así",
comenzamos a engañarnos a nosotros mismos. Como vivimos tan de cerca del
trasero de lo inmediato, tendemos a olvidar que, como decía Nicolás Ramiro Rico
y repetía Carl Schmitt, "el supuesto primordial de España como problema es
una Europa aproblemática". No me molestan los exabruptos que se oyen en
declaraciones y mítines sino la sensación de que con ellos simplemente nos
dedicamos a perder un tiempo que no nos sobra.
Ni tan siquiera nuestra
flojera a la hora de reforzar lo que nos une para hacer más llevaderas nuestras
divergencias es exclusivamente nuestra. Echemos una mirada a Europa: ¿cuántos
son los países sin problemas con sus fronteras interiores? ¿En qué país europeo
no se creen los electores superiores a sus políticos? ¿Acaso la fidelidad del
votante no se ha vuelto condicional al mismo tiempo que pide a las
instituciones una fidelidad incondicional? ¿Reconocemos la flema británica en
el brexit?
Cedo la palabra
a Nietzsche: "Quien no quiere ver lo elevado de un hombre, fija su vista
de un modo tanto más penetrante en aquello que en él hay de bajo y superficial
-y con ello se delata".
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