Los CDR, los angelitos de Anna Gabriel y PIlar Rahola: "Un solo detenido más en Cataluña y convertiremos España en un infierno".
Pilar Rahola: "¿Kale borroka? Las CDR (Comités de Defensa de la República Catalana) es un movimiento cívico, transversal y con gente de buena fe". Unos angelitos.
La maldad que ha generado el independentismo catalán es capaz de rebuscar en lo más recóondito hasta encontrar la más atroz figura de dolor a España y pobladores. . El daño más aterrador lo llevan en el alma quienes creen que la mejor forma de dañar a otro es matar aquello que más quiere, ya sea una madre o un hijo. Cuando los rencores entre los hombres tenían cerca el campo, el que quería herir buscaba dónde estaba lo que más quería su enemigo, ya fuera un pajar, unas bestias, unos olivos, y allí se metía y destrozaba cuanto podía, porque así se aseguraba que su enemigo viviría para tragar el amargor del daño recibido, al tiempo que destrozaba lo que estaba tan ajeno a la disputa, el rencor, la venganza.
La maldad que ha generado el independentismo catalán es capaz de rebuscar en lo más recóondito hasta encontrar la más atroz figura de dolor a España y pobladores. . El daño más aterrador lo llevan en el alma quienes creen que la mejor forma de dañar a otro es matar aquello que más quiere, ya sea una madre o un hijo. Cuando los rencores entre los hombres tenían cerca el campo, el que quería herir buscaba dónde estaba lo que más quería su enemigo, ya fuera un pajar, unas bestias, unos olivos, y allí se metía y destrozaba cuanto podía, porque así se aseguraba que su enemigo viviría para tragar el amargor del daño recibido, al tiempo que destrozaba lo que estaba tan ajeno a la disputa, el rencor, la venganza.
Cuando estudiamos un caso de violencia familiar en que el violento mata los aledaños de su enemigo, para hacerle pasar el doble infierno de ver cómo mueren sus
hijos y tener que aguantarlo. Y el supuesto homicida, cobarde maldad,
indeseable humano, se quita la vida para dejar dos territorios perfectamente
definidos, el de la muerte, donde también está él, y el de la vida, donde deja,
sola y con todas las penas, a quien quería herir y ha herido hasta el infinito.
Esa mujer, ahora, irá como Hernández, «umbrío por la pena, casi bruno, porque
la pena tizna cuando estalla…» Tremendo error, matar a quienes no tienen culpa
de nada para que sufra quien posiblemente tampoco tenía ninguna culpa, más que
la de haberse equivocado al elegir pareja. La maldad viene de lejos, desde el
origen del hombre.
El hombre ha sabido siempre dónde golpear para que duela más
y lo sufra la víctima que se busca, aunque no reciba el golpe en su propia
carne. «Dale donde más le duela…», decimos, y el dolor puede estar en un hijo,
en un bien material, en unos padres, en unos hermanos. La maldad no sólo
disfruta con el daño ajeno, disfruta viendo cómo el enemigo sufre al ver ese
sufrimiento. Variante de tortura, al fin. Pero con muchos cobardes en juego. Y
como matarte no te va a dar suficiente dolor, mato a tus hijos —que son los
míos; qué horror— para que sufras ese golpe, y después me quito la vida, para
que no puedas vengarte en mí. Estamos locos, Dios mío. Estamos recorriendo una
locura. Incapaces de levantar el mundo con gestos de amor, lo rompemos y lo
hundimos para que todo sea el reino de la maldad. a maldad es capaz de rebuscar
en sus forros hasta encontrar las más atrabiliarias formas de sufrimiento
ajeno.
El daño más atroz lo llevan
en el alma los que creen que la mejor forma de hacer daño a otro persona es matar a lo que
más quiere, ya sea una madre o un hijo. Cuando los rencores entre los hombres
tenían cerca el campo, el que quería herir buscaba dónde estaba lo que más
quería su enemigo, ya fuera un pajar, unas bestias, unos olivos, y allí se
metía y destrozaba cuanto podía, porque así se aseguraba que su enemigo viviría
para tragar el amargor del daño recibido, al tiempo que destrozaba lo que
estaba tan ajeno a la disputa, el rencor, la venganza.
Otro caso de posible
violencia familiar en la que el violento mata los alrededores de su enemigo —su
mujer, qué triste— para hacerle pasar el doble infierno de ver cómo mueren sus
hijos y tener que aguantarlo. Y el supuesto homicida, cobarde maldad, indeseable
humano, se quita la vida para dejar dos territorios perfectamente definidos, el
de la muerte, donde también está él, y el de la vida, donde deja, sola y con
todas las penas, a quien quería herir y ha herido hasta el infinito. Esa mujer,
ahora, irá como Hernández, «umbrío por la pena, casi bruno, / porque la pena
tizna cuando estalla…» Tremendo error, matar a quienes no tienen culpa de nada
para que sufra quien posiblemente tampoco tenía ninguna culpa, más que la de
haberse equivocado al elegir pareja. La maldad viene de lejos, desde el origen
del hombre.
El hombre ha sabido siempre dónde golpear para que más dolor cause y lo
sufra la víctima que se busca, aunque no reciba el golpe en su propia carne.
«Dale donde más le duela…», decimos, y el dolor puede estar en un hijo, en un
bien material, en unos padres, en unos hermanos. La maldad no sólo disfruta con
el daño ajeno, disfruta viendo cómo el enemigo sufre al ver ese sufrimiento.
Variante de tortura, al fin. Pero con muchos cobardes en juego. Y como matarte
no te va a dar suficiente dolor, mato a tus hijos —que son los míos; qué
horror— para que sufras ese golpe, y después me quito la vida, para que no
puedas vengarte en mí.
Estamos locos, Dios mío. Estamos recorriendo una locura.
Incapaces de levantar el mundo con gestos de amor, lo rompemos y lo hundimos
para que todo sea el reino de la maldad. No hace falta esperar ningún infierno:
lo estamos construyendo aquí, día a día. Y no queremos verlo, y no queremos
verlo. aquí, día a día. Y no queremos verlo, y no queremos verlo.
Juanpardo15@gmail.com
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