Por pícara, la taimada
Carmen Forcadell, caballo destacado de la maniobra secesionista catalana, se ha
envainado sus altiveces, ha cantado la palinodia, ha rectificado sus posiciones
y le ha dicho al juez, Pablo Llanea que acata la Constitución y su artículo
155. Con el exvicepresidente Oriol Junqueras padeciendo en la cárcel y el
expresidente felón Carlos Puigdemont haciendo el payaso en Bruselas, la
expresidenta del Parlamento catalán está descoyuntada y ha hecho la finta
necesaria para eludir de momento la cárcel. Airadas voces independientes la han
llamado traidora.
Todos esperamos que en breve
dejen “sueltos” a las bandas de Junqueras y Puigdemont. Decía Pedrol Ríus que
la cárcel doblega los espíritus más firmes. También la amenaza de cárcel. El
mequetrefe de Carlos Puigdemont se ha fugado con el rabo entre las piernas
dedicándose a dañar la imagen de España con insufrible tenacidad. Oriol
Junqueras, si no rectifica, será difícil que eluda la prisión aunque el
Tribunal Supremo reclame entender en el completo proceso del secesionismo
catalán. Carmen Forcadell, al rectificar su posición, ha permitido una decisión
blanda por parte del magistrado del Tribunal Supremo, Pablo Llarena.
Por supuesto que ninguno de
los tres “bichos” catalanes sufre
persecución de la Justicia por manifestarse independentistas sino por violar la
Constitución y las leyes del Estado de Derecho. Han cometido presuntamente
delitos muy graves y será muy complicado para sus abogados sortear las penas
establecidas. Desgarrar la unidad territorial de España es, en efecto, cuestión
de gravedad extrema. Pero no es por eso por lo que se les va a juzgar sino
porque, para conseguir sus propósitos, han violentado reiteradamente las leyes
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