Pedro Sánchez, ujier de Pablo Iglesias en el Congreso, hs convertido el PSOE en el partido de nadie.
Justo en el último congreso socialista,
Alfonso Guerra, que no es precisamente un quídam, defendió que, frente a la
sublevación secesionista, había que aplicar ya el artículo 155 de la
Constitución, que, con la autorización por mayoría absoluta del Senado, permite
al Gobierno adoptar las medidas necesarias para reponer la legalidad cuando una
comunidad autónoma la viola o atenta gravemente contra el interés general de
España.
La postura de Alfonso Guerra fue contradicha
de inmediato por Núria Parlon, dirigente del PSC y flamante miembro de la nueva
ejecutiva del PSOE. Parlon anunció que si el Gobierno manifestaba la intención
de aplicar el 155, apelarían «a la comunidad internacional» para evitarlo, es
decir, que el PSC dejaría solo al Ejecutivo y organizaría un cirio formidable
contra él. La posición de Parlon, que desmiente radicalmente el apoyo frente a
la sublevación secesionista que prometió Sánchez a Rajoy, fue a su vez
desautorizada por Iceta, de modo que a estas alturas no sabemos qué harían los
socialistas en relación con una de las cuestiones de mayor trascendencia que
podrían plantearse en la política española. ¿Quizá abstenerse?
Sí, sí,
abstenerse, porque la abstención, que ha sido la posición socialista en la
moción de censura presentada por Podemos, será también, al parecer, la que
adoptará el nuevo PSOE cuando se vote en el Congreso el tratado de libre
comercio entre la Unión Europea y Canadá. Hace nada los socialistas lo apoyaron
sin dudarlo en el Parlamento de Bruselas y luego, con la misma claridad, en la
comisión de Exteriores del Congreso, pero llegó Sánchez y, al igual que Fidel,
«mandó parar». Como votar a favor del tratado podría hacer pensar a los
electores que el PSOE apoya al PP, y votar no, que hace seguidismo con Podemos,
pues los socialistas se abstienen y todos tan contentos.
Tal es el dilema
endemoniado en que ha metido Pedro Sánchez al PSOE, que proclama «Somos la
izquierda», creyendo que así planta cara a la dura competencia de Podemos con
la misma ingenuidad con que confía en que absteniéndose, cuando una decisión es
políticamente comprometida, no perderá votos por su ala moderada.
Resulta que
Sánchez, no tenía otro programa que el no es no, ni tiene otro objetivo que
llegar a la Moncloa cuanto antes, parece confiar, ¡paradojas de la vida!, en la
abstención como la fórmula mágica para contentar a todo el mundo o, al menos,
no incomodar a casi nadie cuando toca fijar una posición que va más allá de la
demagogia populista. Quizá es esa la gran fantasía del sanchecismo: ser el partido
de todos a base de no tomar partido si una decisión es electoralmente
complicada. Aunque, claro, tal función circense encierra un riesgo inmenso,
pues pretender ser el partido de todos a base de ilusionismo y malabares puede
hacer del nuevo PSOE el partido de nadie.
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