El socialismo es la
filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia y la vía a la envidia; su
virtud es la igualdad de la miseria. Cierto y verdad que Pedro Sánchez, no ha
sido el único asesino del socialismo. Pero si quien ha intentado, por tres
veces, ahogarlo junto a España. Pedro
Sánchez es el gran detractor de ese socialismo trotskista que cena en Maxim's
de París. Fue él quien, dirigiendo la oposición a un Gobierno que había
impulsado un ajuste de caballo, en lugar de subir, perdió 20 escaños respecto
al peor resultado socialista. Fue él quien, lejos de dimitir por esa debacle,
se empeñó en repetir en junio del 2016 y volvió a perder escaños, mientras el
PP los aumentaba.
Fue él quien, tras esa segunda derrota, decidió, contra
viento y marea, seguir en el machito y quien, para salvar su pellejo, lanzó el
«no es no» e intentó ser presidente del Gobierno con el apoyo de Podemos y el
secesionismo sublevado, negociando contra las resoluciones del PSOE. Fue él
quien, para derrotar a los que se habían rebelado contra su loca ambición y su
negativa a asumir responsabilidades por sus gravísimos errores, decidió
plantear un órdago en un Comité Federal que pensaba ganar y que perdió. Y fue
él, en fin, quien, dispuesto a morir matando, decidió jugar la carta de romper
en dos al PSOE (las bases frente a la casta) como único medio de tener alguna
posibilidad de recuperar la secretaría general. YA LO HA CONSEGUIDO.
La victoria de Sánchez huele
más a descabezada –sin sentido- que a consecuente. Los militantes del PSOE tenían ante sí una de
las disyuntivas más importantes de las últimas décadas. Con un partido en el
suelo electoral histórico desde 1977, la elección de un nuevo Secretario
General era el paso imprescindible para saber qué lugar quiere ocupar este
partido centenario en el nuevo sistema de partidos español. La indudable
división de este partido desde 2014, que culminó en el dramático comité federal
del 1 de octubre, ha tenido mucho que ver en esta ruptura. Sin embargo, al
margen de la vida interna, la pregunta estratégica sobre la mesa no es menor:
¿Cómo logrará el PSOE ser capaz de encabezar de nuevo coaliciones de gobierno
que permitan recuperar la Moncloa?
La movilización interna ha
satisfecho con mucho las expectativas, algo explicable dado que la escasa
diferencia de avales entre las dos candidaturas principales y que permitía
anticipar una pugna reñida. Tres elementos iban a ser clave. Primero, en qué medida
los avales, esa especie de “primera vuelta” informal con nombre y apellidos,
era representativa o no del total de votantes. Segundo, qué candidatura iban a
preferir los militantes que aún no se había pronunciado los cuales, dada la
polarización interna, sin duda saldrían a votar. Y finalmente, en qué medida
hubiera voto estratégico de avalistas de Patxi López detrás de algunas de las
dos candidaturas con más peso.
La victoria de Pedro Sánchez
ha sido muy amplia y entroniza al secretario general más viable electoralmente
a tenor de todos los sondeos. Esto es así especialmente entre los votantes
menores de 35 años y los territorios plurinacionales. Su campaña, animada sobre
el eje de la lucha contra “el aparato” y situarse a “la izquierda” ha sido con mucho
la más eficaz. Sin embargo, queda la duda de si esta elección supone el
retroceso en el reloj al minuto anterior al comité del 1 de octubre. Con
escasos apoyos territoriales, sin alianzas mediáticas y políticas, corre el
riesgo de volver a convertir Ferraz, ese trono sin feudo, en un bunker aireado.
Lo que aún está por ver es
en qué medida esta elección termina de generar paz interna. Pendientes del
congreso federal, los regionales y unas primarias abiertas para elegir el
candidato a la Moncloa, hay nuevos asaltos a la vista. La amplia victoria de
Sánchez pueda ayudarle, pero en sus manos tiene coser esta vez, y hay desgarros
profundos. Al fin y al cabo, el gran riesgo del PSOE es que su escaso ánimo de
integración termine convirtiendo a este partido en una formación más preocupada
por los asaltos orgánicos que por buscar un proyecto y un espacio en una España
que, le guste o no, ya no es la del bipartidismo.
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