Junto a Gregory Peck durante la grabación de Matar a un Ruiseñol. |
Harper Lee, autora de uno de los clásicos más
emblemáticos de la literatura moderna estadounidense, "Matar a un
Ruiseñor", murió a los 89 años en el estado de Alabama.
La escritora esperó 55 años para publicar el año pasado su segundo
libro con los mismos personajes y un punto de vista diferente respecto al de su
primera novela, que abordaba la perspectiva de una niña sobre el bien y el mal.
Mary Jackson, funcionaria de la localidad de Monroeville, en
Alabama, confirmó la noticia vía telefónica que Harper Lee había muerto.
Durante décadas se pensó que la autora estadounidense nunca
publicaría más relatos después de "Matar a un Ruiseñor", pero la
aparición de "Ve y pon un Centinela" fue un acontecimiento literario
sorpresa, que además causó conmoción entre los seguidores de la primera novela
de Lee. Justo y con muy pocas horas de diferencia ha muerto Umberto Eco "El nombre de la Rosa"
Como su coetáneo J. D.
Salinger, Harper Lee pertenecía a una especie particular de artistas. Su obra es
escasa. Tienen un golpe de genialidad en su juventud y crean un clásico para
después retirarse del escenario y callar para siempre. Rehuyen los focos y las
entrevistas. La fuente creativa se seca. Silencio.
A Lee le costó digerir
la fama que le atrajo Matar a un ruiseñor, premiada con el premio Pulitzer, y
la posterior posterior película, protagonizada por Gregory Peck, ganadora de
tres oscars. Es difícil encontrar otra novela contemporánea que haya tenido un
impacto tan duradero como esta, la historia semiautobiográfica sobre un abogado
sureño blanco, Atticus Finch, que defiende a un negro acusado injustamente de
violar a una blanca. Escrita en los años cincuenta, en el momento más feroz del
terrorismo blanco contra los negros en estados como Alabama, la novela se
publicó en el momento adecuado, cuando el movimiento de los derechos civiles
tomaba fuerza y, con la complicidad de los presidentes Kennedy y Johnson y del
Tribunal Supremo, que estaba a punto de lograr el fin de la segregación racial.
La autora era una desconocida, una empleada del departamento de reservas de una
aerolínea, pero dotada de un talento narrativo insólito que mezclaba la mirada
ingenua de una niña —Scout, alter ego de Harper Lee— con un bisturí afilado
para diseccionar el pecado original de la democracia estadounidense: el racismo
y sus distantes expresiones: la esclavitud, la segregación, la discriminación…
Matar a un ruiseñor, además de una evocación del paraíso infantil y una denuncia
del racismo, es un manual de ciudadanía, una Biblia cívica leída por sucesivas
generaciones de escolares en este país.
Lee creció en
Monroeville, inspiración de Maycomb, el pueblo de Matar a un ruiseñor. Su
padre, A.C. Lee, era el abogado que inspiró a Atticus Finch. Su vecino y
compañero de juegos era Truman Capote. Durante toda la vida le persiguió el
rumor (falso) de que Capote había escrito en realidad Matar a un ruiseñor. Lo
contrario probablemente sea cierto. Sin la ayuda de Lee, que le acompañó en los
viajes y entrevistas, Capote no habría escrito su obra maestra, A sangre fría.
Con los años se distanciaron.
Uno de los motivos que
alimentaba la especulaciones sobre la autoría de Matar a un ruiseñor era que
Lee no hubiese vuelto a escribir una novela. ¿Cómo era posible que aquel
talento enorme se hubiese apagado? Durante década se esperó la nueva novela,
hasta que hace un año se supo que Tonja Carter, abogada en el bufete de A.C.
Lee (es decir, del Atticus real), había descubierto un viejo manuscrito que
narraba la historia de cómo la Scout adulta regresa a Maycomb en los años
cincuenta. Carter negoció un contrato millonario con Harper Collins, que en
junio publicó Ve y pon un centinela. Se imprimieron dos millones de ejemplares.
Monroeville se dividió
entre quienes sospechaban que Lee carecía de facultades para decidir sobre la
publicación del texto y había sido manipulada por Carter, y quienes lo
refutaban. Que Finch, el héroe de los derechos civiles, resultase ser un
racista bajo la mirada de la Scout adulta decepcionó a muchos lectores.
Una semanas antes, el
veterano historiador de Alabama Wayne Flynt, que era un buen amigo de la
escritora, lo había avisado: Finch era un segregacionista suave, como la
mayoría de ciudadanos del sur en aquella época, incluso los de inclinaciones
progresistas. ¿Manipulación? No: Lee sabía perfectamente lo que hacía al
publicar Ve y pon un centinela.
Cuando le preguntamos
si creía que podríamos entrevistar a la escritora, Flynt fue tajante: “Harper
no permitiría que Barack Obama la entrevistase, aunque él se lo pidiese”.
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