Cataluña y las cosas
que temen menos de la mitad de sus pobladores, las graves cosas de Cataluña,
avanzan según el calendario y las estrategias previstas. La señora Forcadell,
presidenta del Parlament, interpreta el reglamento a su gusto, convoca el pleno
de la ruptura y cumple con los deseos independentistas, de los que es promotora
y acicate. Los grupos constitucionales presentan recursos de amparo ante el
Constitucional y lo hacen de forma conjunta, pero con textos distintos, como
para dar más trabajo a un tribunal al que se reclama urgencia máxima.
Pase lo que pase con
este episodio inicial del choque de trenes, la historia inmediatamente
posterior está escrita y será una sucesión de recursos y suspensiones que
desembocará en incitaciones a la desobediencia. El primero en desobedecer, el
Parlamento catalán. Si alguien del Gobierno central o de las estructuras del
Estado cree que resolverá algo, se equivoca: quien gana en estas peleas
jurídicas es el soberanismo, que encuentra caldo de cultivo para hacerse la
víctima y lucir los famosos tópicos del «Estado contra Cataluña», «ganan en los
tribunales lo que pierden en las urnas» y otra frases de ritual ya escuchadas,
que cuentan con público dispuesto a creerlas.
Ante ello, estoy
comenzando a pensar que la solución del endiablado problema vendrá de la propia
Cataluña y una vez más de un viejo principio: «Hace falta que todo se ponga muy
mal para que se empiece a arreglar». Quien se está encargando de agravar todo,
aprovechando la debilidad de Mas y sus secuaces es la CUP (Candidatura de Unitat
Popular). Con sus diez diputados impone condiciones y programa, condiciona el
calendario, se permite vetar a miembros del Gobierno y tiene sin vivir al
propio presidente, al que cada día (ayer mismo otra vez) niega el voto de
investidura. Solo faltaría que acabase imponiendo el nombre del nuevo
presidente de la Generalitat, después de imponer una ideología sectaria,
anticapitalista, anarquizante y revolucionaria.
Esto es lo que asusta y
en algunos casos aterroriza a la sociedad catalana. Esto es lo que espanta al
catalanismo que cree en la pujanza y en la creatividad de su tierra, pero desde
una perspectiva liberal en el mejor sentido de la palabra. Esto es lo que ya
provocó una primera rebelión interna en el Gobierno catalán, que Artur Mas
trata de ahogar con la vieja y tópica amenaza de que «el que se mueve no sale
en la foto». Y esto es lo que pienso que será más eficaz que los recursos y
demás instrumentos de poder: que la sociedad catalana empiece a percibir en qué
manos se puede poner si se sale del Estado español. Les aseguro que he escrito
estas líneas porque ya empecé a percibir ese clima. Espero que nadie de Madrid
lo estropee, como suele ser habitual.
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