Alberto Garzón,
candidato de Ahora en Común a la presidencia del Gobierno de España con el que
no comparto nada y, políticamente, ni ha sido ni será nada. En cambio me
parece un tipo honrado
de los de antes del 36. No le veo posibilidad de ganar las elecciones,
ni siquiera de tener un grupo parlamentario grande, pero es culpa de la
sociedad, que abandonó su ideología. El único pecado de Garzón es que no supo
integrar su pensamiento en las corrientes mayoritarias y eso también le honra:
cree en lo que cree por convicción, no por oportunidad.
Reconocido todo eso,
son inevitables dos preguntas. Una dirigida al presidente del Gobierno. Señor
Rajoy: ¿por qué invita a la Moncloa al joven Garzón, si sabía de antemano que
iba a rechazar un acuerdo con usted? Rajoy respondería que él habla con todos,
como es su obligación incumplida durante toda la legislatura. Y yo le
replicaría: de acuerdo, presidente, pero una negativa en este momento traslada
a la sociedad la idea de que no hay unanimidad en torno a la idea de España. Es
más: se percibe mayor barullo entre los unionistas que ganas de responder a los
separatistas con una sola voz.
La segunda pregunta va
dirigida al propio Alberto: si no coincide en nada con el Gobierno, ¿para qué
pierde su precioso tiempo en acudir a la presidencia y pasar una hora de
charleta con el primer ministro? ¿A qué fue usted allí? ¿A escuchar una oferta
de diálogo o a aprovechar los altavoces de la Moncloa para exponer sus ideas
sobre el modelo de Estado? Está claro que lo segundo, igual que Pablo Iglesias.
Utilizaron la Moncloa para lanzar su alternativa, y el Gobierno les facilitó la
tribuna. ¿Se sabe a quién benefició? ¿A la unidad de España o a los
soberanistas que predican la perversión de una democracia que no permite
convocar un referendo? ¿A la cohesión de la vieja España o a la aventura de
meterse en una reforma constitucional que llevará dentro el virus de la
autodeterminación?
Da la impresión de que
estos impulsivos izquierdistas no alcanzan a entender de qué va la vaina
catalana. No consiguen ver que el soberanismo pretende empezar a proclamar la
república catalana el día 9 como muy tarde, dentro de seis días. No se dan
cuenta de que el desafío está planteado ahora mismo, no para un futuro lejano.
Son tan ingenuos que creen que la «desconexión» se puede detener solo por el
hecho de anunciar hermosos acuerdos para una nueva y arcangélica Constitución
que consagrará para siempre nuestra infinita bondad. Y como piensan así les
sobran los tribunales, empezando por el Constitucional. Supongo que Artur Mas y
la CUP les habrán enviado a Iglesias y Garzón un cálido telegrama de gratitud.
nO ESTOY DE ACUERDO EN NADA, SALUDOS
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