Va a ser un duro golpe para los socios de
Convergència en la lista ómnibus que Artur Mas ha organizado para acompañarse
en las elecciones del 27 de septiembre es un sapo de muy difícil digestión que
se les recuerde de forma tan aparatosa y espectacular como ayer lo hizo la policía
judicial lo de las comisiones del 3% en contrataciones de obras y servicios que
en su día, hace más de 10 años, le espetó Pasqual Maragall al propio Mas y a
los gobiernos de CiU. Esquerra y los independientes progresistas que se han
asociado a Convergència nada tienen que ver con la financiación irregular del
partido de Mas, pero ahora están uncidos a su carro y parte del precio a
pagarle por llevarles con él es el silencio ante lo que en otras circunstancias
habrían podido denunciar. Ahora Junqueras, Romeva y no digamos ya Casals y
Forcadell están maniatados.
Los ciudadanos
comenzaron a castigar a los partidos responsables de casos de corrupción en las
municipales y autonómicas de mayo, dejando atrás la larga etapa de impunidad
política de la que hasta entonces se habían beneficiado. Se vio claramente,
sobre todo en Valencia y Madrid, y también en muchos otros casos, entre los que
cabe citar Barcelona y Badalona por su importancia, pero también por lo que
representaba para CiU y PP perder esas alcaldías. En realidad había comenzado a
verse ya en las elecciones europeas de 2014 y en las autonómicas andaluzas de
hace medio año. El carácter emblemático del caso Pujol ha tenido para
Convergència el efecto de poner en otra perspectiva y dar mayor relieve a los
numerosos asuntos de corrupción económica que a lo largo de sus décadas de
gobierno habían salpicado al partido y a algunos de sus más destacados
dirigentes, como Lluís Prenafeta, Macià Alavedra o Josep Maria Cullell, por
citar los más relevantes. Y ha llegado hasta el extremo de forzar una
renovación que persigue dejar atrás al pujolismo entero.
Las urnas dirán el día
27 si la hora del castigo que le llegó al PP en Madrid, Valencia y Baleares, y
en parte al PSOE en Andalucía, le llegará también ahora a Convergència. El
hecho mismo de que el centro derecha nacionalista se haya dividido y Mas haya
sustituido como aliada a Unió Democràtica por Esquerra Republicana complicará
tanto las decisiones de muchos votantes como la lectura de los resultados. En
estas ya inminentes elecciones está en juego el empuje del nacionalismo
catalán, la medición del alcance del desapego provocado en Cataluña por el
desastroso desarrollo de la política autonómica en España desde la sentencia
del Tribunal Constitucional de 2010 sobre el Estatuto catalán refrendado por la
ciudadanía. Pero se medirá también, ineluctablemente, el alcance de la
remodelación del sistema catalán de partidos en curso.
La lista de formaciones
políticas que se presenta para el 27-S es distinta de las anteriores, inédita.
Porque hay nuevas fuerzas y coaliciones y porque las antiguas están
experimentando cambios sustanciales. Una de las claves diferenciales del
sistema catalán de partidos era la existencia misma de una gran fuerza de
centro derecha, CiU, hegemónica en un espacio político que en el resto de
España, salvo Euskadi, ocupa el PP en solitario. Ahora CiU ya no existe. En su
lugar, Unió aspira a recoger por lo menos parte de su electorado, el que
rechaza la opción independentista. Otra de las claves diferenciales era la
existencia en Cataluña de un partido independentista y republicano, ERC. Pero,
en estas elecciones, este partido ha visto como Convergència le robaba su
programa y le obligaba a unírsele y a aceptar una posición subsidiaria en una
coalición en principio temporal, pero obligada a proyectarse hacia el futuro
inmediato a poco que el resultado electoral lo aconseje. Así pues en estas
elecciones no habrá CiU, ni ERC, pero tampoco Iniciativa Verds (ICV), otro de
los protagonistas clásicos, sistémicos, por así decir, desde 1977, porque el
universo ecosocialista surgido del viejo PSUC ha formado una coalición con otra
de las novedades políticas, Podemos, el nuevo partido surgido de las protestas
del 15-M contra la vieja política y su supeditación al imperio de las finanzas.
Esta alianza se estrenó con éxito en las municipales y logró la alcaldía de
Barcelona. Ahora está por ver cuál puede ser su recorrido.
Los cambios en curso en
el sistema catalán de partidos no terminan aquí, porque los otros dos, el
socialista y el conservador, PSC y PP, sufren un desgaste enorme a causa de los
escándalos de corrupción y la competencia combinada de las nuevas formaciones,
la de la ya citada Podemos y la de Ciudadanos, un partido con 10 años de vida
que comenzó reivindicándose como de centroizquierda pero que ha adoptado el
programa económico de la gran patronal y le disputa al PP el espacio electoral
del nacionalismo españolista.
Artur Mas quiere que
sean un plebiscito, pero estas elecciones mostrarán también otras cosas.
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