Artur Mas, el títere de los Pujol.


Si hacemos un poco de  memoria. En el 2010 Artur Mas ganó las elecciones y fue elegido presidente. CiU logró 62 escaños. Dos años después convocó de nuevo a las urnas a los catalanes, a los que lanzó un órdago al pedirles que le otorgaran una «mayoría rotunda» para seguir adelante con el proceso soberanista. Doce diputados menos y el 30 % de los votos. Un desastre sin paliativos para un político que había planteado las elecciones como un plebiscito personal.

Pero no dimitió. Y apretó el acelerador separatista. Desde entonces su única mira ha sido doblar el pulso al Estado para avanzar hacia la independencia, con el altísimo coste de fracturar a la sociedad catalana. También le ha dado tiempo a sacar una gigantesca tijera para recortar en sanidad y educación, mientras no reparaba en gastos para preparar la desconexión.


Las encuestas mostraban que su gestión le pasaba factura, la mayoría de ellas pronosticaban el sorpasso de ERC. La corrupción golpeó de lleno a Jordi Pujol, su padre político. Eso ya no podía ser culpa de Madrid. Pero el ilusionista se sacó otro conejo de la chistera, la lista unitaria, en la que se ha escabullido en el cuarto puesto para no dar cuenta de su labor de gobierno. Junqueras tragó, todo sea por la futura patria, y Romeva se prestó al juego del prestidigitador. Realmente genial, no asumir responsabilidades y, sin embargo, ser el aspirante a presidir Cataluña. Y del 3 % ni palabra. Su último número ha sido apropiarse de la Diada sin ni siquiera estar presente. Pero su truco final consiste en declarar la independencia con una mayoría de escaños, sea cual sea el porcentaje de votos. Algo inaudito, sin precedentes en los referendos de secesión que se han celebrado en el mundo. Mas, un simple vendedor de humo.

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