Pero no dimitió. Y
apretó el acelerador separatista. Desde entonces su única mira ha sido doblar
el pulso al Estado para avanzar hacia la independencia, con el altísimo coste
de fracturar a la sociedad catalana. También le ha dado tiempo a sacar una gigantesca
tijera para recortar en sanidad y educación, mientras no reparaba en gastos
para preparar la desconexión.
Las encuestas mostraban
que su gestión le pasaba factura, la mayoría de ellas pronosticaban el sorpasso
de ERC. La corrupción golpeó de lleno a Jordi Pujol, su padre político. Eso ya
no podía ser culpa de Madrid. Pero el ilusionista se sacó otro conejo de la
chistera, la lista unitaria, en la que se ha escabullido en el cuarto puesto
para no dar cuenta de su labor de gobierno. Junqueras tragó, todo sea por la
futura patria, y Romeva se prestó al juego del prestidigitador. Realmente
genial, no asumir responsabilidades y, sin embargo, ser el aspirante a presidir
Cataluña. Y del 3 % ni palabra. Su último número ha sido apropiarse de la Diada
sin ni siquiera estar presente. Pero su truco final consiste en declarar la
independencia con una mayoría de escaños, sea cual sea el porcentaje de votos.
Algo inaudito, sin precedentes en los referendos de secesión que se han celebrado
en el mundo. Mas, un simple vendedor de humo.
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