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En la sociedad
actual hay que saber distinguir entre valores morales y éticos.
Los valores
morales, las normas morales proceden, generalmente, de las
tradiciones, o son resultado de creencias políticas o religiosas.
En realidad,
todos somos animales morales, pero dicho estado solo indica que necesitamos ser
sociales en un sentido y otro, ya que las "normas" no vienen con
nosotros al mundo. Aristóteles dijo, para ser justos es necesario practicar la
justicia. O lo que es lo mismo, tiene que "enseñarse" o estimularse
la justicia, como tiene que "enseñarse " y "estimularse" el
habla, ya que, de lo contrario, permaneceríamos mudos; si hablamos castellano o
inglés no es por algún tipo de transmisión genética o cuestión de raza o
sangre. Hablamos la lengua en que hemos sido socializados, generalmente por
puro azar.
Una lengua no
tiene que ser mejor que otra y una norma moral en principio no tiene que ser
superior a otra siempre que todas se ajusten a los códigos establecidos.
Sin embargo, no
todos los códigos establecidos son buenos, los hay peores y malos. En atención
a lo que es la condición humana, a sus aspiraciones y deseos ilustrados, desde
la óptica de la imparcialidad.
Los códigos
actuales y las normas morales que de ellos emanan han de ser medidos,
justificados y juzgados desde las normas éticas que emanan de la ética, que es
una disciplina del conocimiento consistente en la reflexión desinteresada y en
el desarrollo de la empatía y la imparcialidad.
Desde la ética
examinamos las leyes y normas morales vigentes y decidimos cuál merece
calificarse como norma ética. Pero saber qué es la ética y las normas éticas es
una cuestión muy compleja a la que no suele dedicarse el tiempo preciso.
Si de algo peca
la sociedad actual es de ingenuidad al creer que la "libertad" "el
pluralismo " y la "tolerancia " son los valores que hemos de
respetar por encima de todo.
Hay muchas
clases de "libertad", de "pluralismo" y de
"tolerancia", y todas no son igualmente buenas desde un punto de
vista ético. Hay que matizar una y otra vez, ver las cosas desde la distancia
debida sin dejarse cegar por las más cercanas, como pedía Hume, para alcanzar
ese sentimiento peculiar que denominamos sentimiento moral.
Hay que aprender
a ver a los demás, con sus necesidades, anhelos y aspiraciones. No bastan en
absoluto los resultados de las votaciones, donde en general el porcentaje más
alto de votantes está movido por el egoísmo, el prejuicio, la opinión pública,
etc.
Por supuesto,
tampoco vale el rey filósofo de Platón, sino que hemos de aspirar a una
sociedad donde todos sean reyes filósofos, donde TODOS participen de la
sabiduría, el poder, la benevolencia, la justicia y todas las cosas gratas de
la existencia. Han de tomarse las decisiones sobre la base de la sabiduría de
todos, no basándose en la opinión casi siempre equivocada de una mayoría. Vivimos
en una sociedad contradictoria y confusa donde, "muerto" Dios, parece
ser que todo está permitido. La libertad parece uno de los valores en alza,
permitiéndole a cada uno que haga lo que quiera con su vida siempre que no
perjudique a los demás, cuando la libertad profunda y bien entendida es aquélla en la
que cada uno puede hacer lo que quiera con tal de que con ello beneficie a
los demás.
Dos valores
éticos parecen estar apagados o a punto de extinguirse: El cultivo de la
excelencia propia y el amor benefactor hacia todos los seres vivos. Y estos
valores éticos son deberes superrogatorios (excesivos), rechazados por el
liberalismo contemporáneo, aunque representen, desde otra apariencia, el propio corazón
de la ética.
Vivimos una
moral individualista que justifican las mayorías ilustradas o no, generosas o
míseras, pacifistas o terroristas.
Es cierto que se
han perdido las "buenas formas" en una medida importante y que
aparece un tanto de insolencia entre los más jóvenes, muchas veces engreídos,
con una arrogante ignorancia e inexperiencia.
Sería injusto no
indicar que esta característica de autosuficiencia define también a los no tan
jóvenes y a los decididamente maduros.
Lo importante es
que, de alguna manera, se ha superado la ingenuidad del pasado que tomaba las
palabras del anti-ilustrado cura párroco, sus dogmas y sus verdades como la
única verdad. Ahora los que no creen en una fe religiosa vuelven a ser tan
ingenuos como para pensar que todo es relativo y no existe verdad
axiológica ni de ningún otro tipo.
Así, el ser
humano se ha quedado desnudo de verdades de todo tipo, ignorando su ignorancia
y pavoneándose en sus muchas o pocas riquezas, sin echar de menos la
excelencia, la benevolencia, la solidaridad, la simpatía, el conocimiento de
las cosas y de las causas y todos los elementos de una vida feliz.
Ha muerto el
dogma y no sirve sustituirlo por verdades y morales pragmáticas que ayuden a
que el ser humano no sea un lobo para el ser humano. Se trata, como dirían
Epicuro o Hume, de buscar la amistad, la simpatía y la cordialidad que no es poco.
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