El socialismo no tiene
espacio en la sociedad moderna. ¿Por qué? Sencillamente porque son unos
incompetentes bananeros cargados de ira y mala leche. Han sido incapaces de
acceder a una narrativa que enganche con esta nueva necesidad sentida de
recuperar la dimensión épica para la política.
Hubo un antes y un
después para el prestigio de Zapatero desde la presentación ante el Congreso de
sus medidas de ajuste ese infausto 12 de mayo de 2010. Tsipras, por el
contrario, con la salvedad de un sector de su partido, ha conseguido mantener
casi inalterada su figura de gran timonel de izquierdas. En este caso, además,
subvirtiendo la manifestación en contrario de su propio demos. Ambos, sin
embargo, fueron sujetos a un disciplinamiento similar por parte de los mismos.
Zapatero ha pasado a la historia como una especie de renegado Kautsky, un
personaje trágico obligado a bajar la cabeza ante la soberbia de la tecnocracia
europea, mientras que el griego sigue en pie como gran esperanza blanca del
continente; es más, como gran hombre de Estado que se repliega estratégicamente
para no aumentar el dolor de su pueblo y esperar el momento adecuado para hacer
realidad sus ideales. Tsipras contó además con el apoyo de la derecha griega en
su "giro realista"; Zapatero hubo de afrontar encima el abandono del
mayor partido de la oposición, esos que luego darían una decisiva vuelta de
tuerca a las medidas a las que entonces se opusieron.
Grecia no es España,
claro. En un caso estuvo en juego el que España fuera rescatada, en el otro el
Grexit; uno negó la crisis y estuvo al frente del gobierno durante su gestión
primera, el otro pretendió enmendar lo que sus predecesores habían destrozado.
Pero, salvadas estas diferencias, que no son baladí, llama la atención el
enjuiciamiento tan dispar que se ha hecho de ambos líderes. ¿Por qué, ya que en
ambos casos se trata de la aceptación de medidas heterónomas y de una indudable
incapacidad para escaparse de eso que ahora se llama el Diktat alemán y de
Bruselas, algo que en la izquierda del sur se percibe como el sumo mal?
La razón es bien
sencilla y hay que ir a buscarla en las estrategias de construcción de realidad
de los diferentes discursos. Para el dominante en la izquierda más radical,
Zapatero fue el típico socialdemócrata y, por tanto, vendido al capitalismo
financiero; Tsipras, por el contrario, es el héroe trágico obligado a la tarea
hercúlea de doblar el brazo a los poderosos. Aquél que ahora se repliega, pero
que, en el nuevo imaginario, espera que sus colegas españoles accedan al poder
para poco a poco emprender el asalto al nuevo palacio de invierno, las
instituciones europeas. Podrá ser más o menos simplón, pero es un relato, algo de
lo que hoy por hoy carece la socialdemocracia. Entre otras razones porque ya
están en aquellas instituciones y gobiernan países del peso de Francia e
Italia. Lo curioso es que tanto Hollande como Renzi evitaron el Grexit, pero la
socialdemocracia europea sigue siendo incapaz de acceder a una narrativa que
enganche con esta nueva necesidad sentida de recuperar la dimensión épica para
la política. Algo que esté más allá de la fría racionalidad tecnocrática o del
calorcito del renovado canto a los pueblos.
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