La sangrante primavera árabe, solo ha
empeorado las dificultades de sus pueblos. Muy o demasiado a la ligera europeos y americanos acabaron con Gadafi y su
régimen, sembraron el caos actual en un país que era la fuente de energía para
los europeos y tenía una organización política y social controlada por un
dictador, que arrepentido de sus aventuras terroristas, fue aceptado por la
comunidad internacional. Pero llegó la llamada primavera árabe, y como los que
se rebelaron contra el Gobierno de Gadafi no podían acabar con él, acudieron a
los apoyos exteriores que, con la Francia de Sarkozy, pronto acabaron por
derribarlo. Ahora sufren las consecuencias del desgobierno y el caos, de lo que
se está aprovechando el Estado Islámico, que se ha apoderado de centros tan
estratégicos como aeropuertos, estaciones de petróleo y nudos de
comunicaciones.
Por otro lado, han surgido dos Gobiernos,
uno en Tobruk y otro en Trípoli, cada uno con su Ejército y su Parlamento.
Ahora parece que están negociando en Marruecos para ver cómo pueden repartirse
el poder y llegar a la unidad nacional. Pero en Libia se ventilan otros
problemas que afectan directamente a Europa, como el yihadismo, que está
tomando fuerza y se quiere asentar, como lo intenta en Siria y en Irak. Además,
en medio del caos libio y dado que es un enorme país desierto en el sur, las
mafias se han organizado para impulsar la emigración africana hacia Europa.
Libia está pidiendo ayuda a la ONU, pero
se la niegan alegando que primero tienen que estar de acuerdo los dos
Gobiernos. Mientras tanto, los refugiados llegan masivamente y el Estado
Islámico avanza peligrosamente para Europa.
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