Noche estrellada (Van Gogh) |
La realidad de la transparencia, casi
siempre confirma que una vez transparente es poco o nada nítida y no
siempre por ocultación. Hay verdades que matan. La claridad y la distinción no son solo un empeño lógico. Deseamos, necesitamos, ver y
entender. Y saber. Efectivamente, en ocasiones sería suficiente con
una mayor transparencia y luminosidad. Sin embargo, a pesar de la más decidida
voluntad, no pocas veces no es fácil que todo resulte claro, lo que no impide,
antes bien exige, que haya de buscarse con insistencia. Sin embargo, ni
siquiera siempre podría deberse a la opacidad. A plena luz del día, una cierta
bruma, una niebla, una nubosidad, una distancia, o cierta perspectiva parecen
complicarlo todo. Pero ello alienta más la determinación.
Posiblemente, no
se trate de eso y la incertidumbre y la perplejidad se correspondan con la complejidad de lo que pretendemos tener claro. Tal
vez, eso que nos resulta enrevesado, o lo que vemos incluso turbio, es
sencillamente así. Tendemos a pensar que es porque se nos ofrece alterado,
emboscado, pero cabría suceder que lo que encontramos brumoso simplemente lo
sea. No es cosa de hacer de tamaño planteamiento una excusa para la permanente difuminación o
esfumación de la claridad, pero tampoco conviene mantenernos en la ingenuidad
de que pensar lo que ocurre es siempre y solo aclararlo.
Y en este terreno
se desenvuelven las decisiones que constituyen nuestra existencia. Aguardar a que todo se
presente claro y sin fisuras para actuar es un pretexto para no hacerlo.
No es cosa de animar a la desaforada y desconsiderada actividad, o a la falta
de reflexión o de análisis, pero asimismo el absoluto e incontestable
asentamiento en la seguridad, como condición para la acción, puede ser un
subterfugio para liberarse de ella. Y la cuestión es desenvolverse en la línea
que no confunde esta voluntad de tener las cosas claras, como se dice, con
precipitarse a liquidar su complejidad con cualquier posición simplista, que
entenderíamos como clarificadora.
Merecen reconocimiento quienes tratan de dilucidar y nos ayudan a hacerlo. Precisamente
por ello la vida es el permanente proceso de aprender a elegir, y a hacerlo
argumentada y justificadamente en contextos no siempre ya perfilados. De ahí
que la transparencia haya de ser asimismo la de los motivos de las acciones.
Solo así la comunicación que alienta nuestras relaciones se sostiene en la
tarea conjunta de ofrecer la máxima claridad, conscientes a su vez de que ello
no elude las complicaciones de cada situación, ni ha de ser una coartada para la parálisis.
Ángel Gabilondo, catedrático de metafísica. Candidato independiente por la lista del PSOE a la Comunidad de
Madrid.
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