Esperanza Aguirre, políticamente, no quiere morir junto a la banda de Génova.

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A veces pienso que los gerifaltes del PP nos han tomado por memos. El que Mariano Rajoy haya designado a Esperanza Aguirre  candidata a la alcaldía de Madrid, sólo se debe a que las encuestas internas de los populares la destacaban hasta en 15 puntos del siguiente en la lista, incluidos dos Ministros. 

Todo el cacareo liberal de la condesa consorte se debe a que estaba dispuesta a presentarse por ciudadanos –único partido liberal en el candelero- y con total seguridad hubiese sido alcaldesa, cosa que no será en yendo como va en las listas del PP. Ya ha tachado a los populares de lavanda de Rajoy de melómanos y sabe, perfectamente, que el hundimiento del PP conlleva su desaparición. Este blog ya anticipó que los de Génova sabían el fuerte aumento de ciudadanos hace más de un mes. En caso de que tenga que pactar con Alberto Rivera, pactará y se pasará a las filas del catalán. 

Ahora viene Mariano con lo de que solo fue un malentendido y, en vez de dimitir como presidenta del partido al aceptar la candidatura, deberá dimitir cuando sea alcaldesa. Pero, en todo caso, debe dimitir, que esa es la esencia. Pudo ser presidenta de la comunidad y del partido sin que nadie viera nada extraño, pero la alcaldía es incompatible por “cosas raras” del partido.  Y además, hubo interés en que lo aceptara de antemano como una condición, casi como una capitulación, para evitar sorpresas posteriores. No recuerdo ningún caso similar, que suena como si Aguirre fuese portadora de un virus o una infección cuya propagación conviene cortar. Si no es del todo así, al menos a mi, me lo parece.

Y lo parece porque detrás de todo se esconde una batalla interna por el poder. Aguirre es candidata con todas las condiciones para ser ganadora, y por eso se la quiere. Pero ni un paso más. Rajoy le tiene guardadas unas cuantas. Y de forma permanente, su dominio en Madrid como una república independiente dentro del PP, hasta el punto de designar sucesor a su hombre de confianza, Ignacio González, con el resultado que se acaba de ver: es de los poquísimos presidentes autonómicos derribados del caballo en plena carrera y a pocos metros de la meta.


Esta es, por tanto, una historia de amor y recelos. De amor interesado por la dote de votos que doña Esperanza aporta al matrimonio. De recelos, porque existe una corriente de desconfianza mutua. Situada ella en el ayuntamiento, el PP de Madrid vuelve al control central. Ella siempre será Aguirre, con su gracejo madrileño y sus golpes de autonomía y autoridad. Pero en el ayuntamiento se nota menos. Y si percibe que culmina brillantemente su carrera, Rajoy no tiene nada que temer. Nunca ganará su simpatía, pero tampoco provocará su insumisión. A Esperanza, no le ningunea la banda de Génova. Creo que ha dejado bien claro que si ella es Liberal, su séquito también tiene que serlo. 

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