Los españoles estamos muy equivocados cuando
malinterpretamos el significado de corrupto con ladrón. Ser político es una
profesión “”noble”” como otra cualquiera, siempre y cuando el desarrollo de su
actividad sea la de servir al pueblo y mezquina si se sirve del pueblo. Desde el preciso momento que un vividor de la política ejerce
su actividad con subjetividad,
oscurantismo o favoritismo, deja de ser corrupto y es un “”otro””
delincuente más que debe ser inhabilitado, mientras dure la fase de instrucción y
una vez juzgado, si resulta “culpable”, no le pueden imponer condenas de risa.
Solo por haberse valido de su poder dominante ya son tres años –mínimo- de
prisión más lo que le corresponda por el acto delictivo que ha llevado a ese
proceso. A la vista de lo que hemos ido conociendo en
los últimos meses, parece que ganan razón los que sostienen que la primera
premisa ha caído en desuso. Porque nada más que mezquindad e intereses espurios
aparecen cuando empiezan a levantarse las alfombras. Aunque como estamos
viendo, las condenas, repito, son de risa.
Si los jueces que investigan están en lo cierto, el
panorama que nos presentan no puede ser más vergonzoso para la clase política,
ni más desolador para quien se tenga por civilizado y demócrata. No con eso
quiera decir que la democracia es una mierda, tampoco lo contrario.
Estamos viendo grabaciones, escuchas, pruebas
irrefutables de verdadera delincuencia entre banqueros y políticos. Solo hay
que leer cuando se levanta “esos” secretos del sumario de la operación que de
por si solos muestran el verdadero pobre
estado en que vive nuestra democracia. El espacio público, donde se gestiona en
teoría el interés común, aparece colonizado por una multitud de indeseables que
se dedican casi en exclusiva a sacar cada cual su tajada. Partidos políticos,
organizaciones empresariales y sindicatos, órganos fundamentales para la
sociedad, han traicionado su vocación y se dedican a exprimir en su provecho el
dinero público. Los contratos de servicios y obras se disfrazan de legalidad,
pero se diseñan para que quienes deciden adjudicarlos y quienes los obtienen
irregularmente se enriquezcan a costa de los impuestos de todos, incluidos los
pobre/pobres, los últimos del estado democrático.
Poco o nada puede haber de sano en una sociedad en la
que se han implantado como algo habitual y cotidiano el cohecho, el soborno, la
prevaricación, la malversación, la falsedad y el tráfico de influencias. Donde
los principios de igualdad y legalidad se subvierten a diario con tanta
ligereza que ya ni se disimula en las conversaciones telefónicas, como ha
venido a poner en evidencia el trabajo pertinaz de algunos jueces que poca o
ninguna lógica tiene.
La Justicia hace a los países libres, al menos, esa es su
finalidad. Podemos achacarle muchos defectos y rémoras, porque los tiene, y de
ellos el principal es, sin duda, los largos e inasumibles plazos con los que
trabaja. Tanto, que por eso mismo en muchas ocasiones se vuelve injusta,
irracional y extemporánea. Se hace necesario no solo exigir urgencia en estos
casos, sino atender a la dotación de medios para instaurar definitivamente la
justicia rápida, que es la única verdaderamente eficaz, sin lugar a dudas.
Aun con ese defecto en los tiempos, no puede haber
reproche en que saque a la luz las miserias que grupos corrompidos quieren
ocultar. Al contrario. La Justicia ejerce su función cuando, en lugar de mirar
para otro lado, pide explicaciones, registra dependencias oficiales y persigue
los delitos. Como se ha visto, ha aparecido ante la opinión pública tal maraña
de intereses que en un solo sumario se cuentan ya casi un centenar de
imputados. Independientemente de cual sea el resultado final del proceso, tal
cifra muestra a las claras la permeabilidad de buena parte de las corporaciones
municipales al amaño, al complot y al favoritismo.
Si, es cierto y verdad de Ley que las indagaciones en la
fase de instrucción no predeterminan culpabilidad. Y que la palabra imputado ha
adquirido un valor que la norma jurídica no le da. Pero ni una cosa ni otra son
argumentos de peso suficiente para tratar de imponer el silencio. Todos los
acusados tienen el derecho a defenderse. Y a la presunción de inocencia, que en
nuestro ordenamiento jurídico no quiere decir otra cosa que la garantía de que
cualquier acusación ha de ser probada. Pero no es posible soslayar el derecho
de la sociedad a poner freno a las prácticas corruptas. Y a exigir
responsabilidades a quienes las hayan perpetrado.
De ahí que no se entienda como grupos políticos se
muestran indulgentes y persistan en amparar con su inacción a quienes han hecho
gala de comportamientos incompatibles con la gestión pública. Basta ver la
zozobra en que ha entrado la corporación Santiago de Compostela o la pérdida de
credibilidad de otros alcaldes y concejales para entender cuál es la principal
causa de desafección de la sociedad con la clase política.
Los ciudadanos no solo han sido las víctimas de recortes
en ámbitos tan sensibles como la sanidad y la educación; no solo han padecido
una drástica caída de su poder adquisitivo, sino que han añadido a ello más
empobrecimiento, con subidas de impuestos exagerados, pese a todas las promesas
que se habían hecho de aligerar la carga social.
En España, la evolución del gasto de la administración central
en los dos últimos años es un verdadero desastre de mala fe por parte del Gobierno.
Más de la mitad de los ajustes han recaído sobre cuatro políticas de gastos:
fomento del empleo, prestaciones y subsidios de paro, infraestructuras e
investigación. Y las comunidades autónomas han retirado fondos también de
algunas de estas partidas, pero han añadido al cadalso del Estado de bienestar
nada menos que reducciones en sanidad y educación. Justo donde más necesario es
dedicar recursos para atender las carencias que la crisis ha generado en la
población. Tengo la sensación de que, los políticos, piensas que los únicos
culpables de la crisis somos los ciudadanos y, en parte, llevan razón “NOSOTROS LES HEMOS VOTADO”
A la vez que el gasto superfluo se incrementa en toda
España. Las comunidades autónomas mantienen costosas estructuras ineficaces.
Las 38 diputaciones de régimen común distribuyen un presupuesto que se acerca a
los 7.000 millones; es decir, más de un billón de las antiguas pesetas. Y se
producen duplicidades inexplicables, como once defensores del pueblo, doce
consejos de cuentas, 132 oficinas autonómicas en el exterior, varios consejos
consultivos a imitación del Consejo de Estado, cámaras sin función, como el
Senado, y numerosos organismos que ejercen tareas redundantes con las del
Estado.
Tenemos elecciones a la vista que con toda seguridad van
a ser un fracaso en cuando a índices de votantes y destinatarios del sufragio
pasivo. Lo único bueno que apuntan es que hasta bien pasadas dichas elecciones
se dará carpetazo a la racionalización de la Administración, puesto que las
fuerzas políticas prefieren entregarse al populismo. Tanto, que ni siquiera se
planteará en la campaña el verdadero debate sobre Europa, pese a que son muchos
los que ven que el proyecto común, tal como está enfocado, va camino de un
fracaso estrepitoso. Pero, pero, después hay elecciones municipales, o sea, no
hay margen de maniobra malévola, al menos durante un año.
Quizá sea la obsesión por los resultados electorales lo
que hace a los políticos huir de medidas racionales. De otro modo, resulta
imposible entender por qué no actúan ante problemas tan visibles y constatables.
Ni de recibo es que, en España, las televisiones
autonómicas arrastren un déficit de más de mil millones de euros en un solo año para emitir programas a imagen
y semejanza del capataz o presidente de la comunidad. Bien, ¡primicia¡ el
Gobierno va a admitir un 2% más de endeudamiento a las autonómicas y el 50% de
la publicidad electoral; ya, ya es de ellas.
No se entiende que se regateen los euros en los
servicios indispensables de la comunidad, y se empobrezcan los servicios
sociales mientras asistimos a la demanda desesperada de miles de familias que
no pueden atender mínimamente la alimentación y el cobijo.
No se entiende que las empresas se vean forzadas a
encarar el peor de los escenarios posibles con sacrificios impensables, o
incluso sean impelidas a la liquidación, por el cierre de los mercados y las
obligaciones fiscales, mientras endeudados clubes de fútbol se saltan
alegremente las imposiciones tributarias y se permiten reclamar trato de favor
para una gestión quizá acreedora a la responsabilidad penal.
No se entiende por qué miles de jóvenes tienen que
abandonar su tierra a la fuerza, por falta de expectativas.
No se entiende cómo los ciudadanos llenan todos los días
páginas informativas y programas de televisión con sus preocupaciones reales y
los elegidos para atenderlas se dedican a convertir la sede parlamentaria en un
indecoroso gallinero.
No se entiende que las ocupaciones de los representantes
políticos se hayan alejado tanto de las reclamaciones de la gente de la calle.
Pero aún es tiempo de poner fin a la huida hacia
delante.
Se requiere el coraje de cortar de raíz cualquier atisbo
de corrupción y devolver la limpieza a los ámbitos políticos.
Se requiere la determinación de repensar el
funcionamiento de la Administración y encauzarla hacia el dinamismo de la
sociedad, en lugar de a coartar sus iniciativas.
Y se requiere abandonar el debate pueril basado en el
menosprecio del rival y concentrar algún esfuerzo en la búsqueda de consensos
para apoyar los sectores que son y serán durante muchos años el sostén de la
economía.
Se requiere, sobre todo, talla política y altura en los
principios, que es lo que parece haber desaparecido de la escena.
Quizá aún tengan una oportunidad para recuperar la
confianza los que creen que es posible, sano y provechoso vivir sin burocracia,
sin juego sucio, sin confrontaciones irrelevantes y sin corrupción. Sería otra
España. Pero sería aquella España donde queremos vivir, porque somos españoles.
Donde tenemos derecho a vivir. Y a ello siempre aspiraremos y, al final, lo
conseguiremos.
El munno es governado dal mal..
ResponderEliminarEse es el caso que hasta ese juego de términos les favorece, de pena, Juan.
ResponderEliminarBuen artículo.
ResponderEliminarTiene Vd razón la política es una profesión noble !!!! pero lo es !!!! No porque los políticos de hoy han tomado la política como medio de vida , no son libres están a la orden del partido , preocupándose más del lugar que le pone el Presidente .
ResponderEliminarEn la transición ahora que está en boca de todo el mundo debido al triste fallecimiento de Adolfo Suárez entonces había ideologías disparatadas izquierdas y derechas duras , pero dijeron olvidemos todo y trabajemos para levantar a España .
Yo prefiero a aquellos políticos con sus aciertos y errores que los de hoy día , haber de aquellos políticos cuantos tienen dinero en Suiza y grandes capitales , hoy flora más tonto de la clase tiene su capitalito
Por eso esta Democracia se la han preparado los dos grandes partidos y la ley electoral nunca la cambiarán porque o gobierna uno u otro en el gobierno viven en la oposición también .
Si hacemos un breve repaso
TERRORISMO IGUAL
ABORTO IGUAL
JUSTICIA IGUAL
DESAHUCIOS IGUAL
CORRUPCIÓN IGUAL
Un saludo
Acisclo Sánchez
Totalmente de acuerdo con Ascilo. Un saludo.
ResponderEliminarantes de poder ser político tienes que demostrar que eres lacayo,tramposo y regalado.
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