La vida
es un continuo sin vivir y, además, hereditario; lucha porque los tuyos hereden
algo mejor. A base de pequeños impulsos de progreso se forma el bienestar, pero
el bienestar para todos, para ello, se marcan pautas limitadoras sociales que
regulan el crecimiento entre el desarrollo, poder y sociedad. España como
casi todos los países latinos, la sociedad ha entrado que se
hace evidente cuando el desarrollo lógico de sus razones y sus comportamientos
acaba en el sinsentido. Es un sinsentido democrático que la dinámica social de
nuestras democracias imponga la privatización de los espacios públicos al mismo
tiempo que publica y espía sin respeto aquello que merece ser privado. El
desenvolvimiento de la vida democrática se vuelve así contra ella misma, al
igual que una manzana podrida, pudre a las demás.
Somos
espiados en nuestros secretos y expulsados de nuestros espacios públicos, los
ciudadanos sufrimos hoy una doble agresión. Esto sólo es posible porque la
política, el ejercicio más importante de la vida pública, ha sido humillada.
Los intereses particulares de una minoría gobiernan el espacio de lo común en
el vértigo de un afán privatizador. Pierden el respeto a la intimidad y a lo
privado en nombre de un falso interés público.
No
paramos de mostrar nuestro desacuerdo con las medidas de privatización
que degradan la sanidad, la educación y el sistema de pensiones del Estado.
Pero a veces se nos olvida que todas estas derivas de los vínculos sociales y
de la vida en común sólo son posibles por una estrategia anterior: la
privatización de la política. El ejercicio de la política ha sido privatizado y
los partidos mayoritarios ya no actúan para defender los intereses de los
ciudadanos, sino para consolidar con sus decisiones los privilegios de las
élites financieras. El Gobierno que privatiza la sanidad o la educación y que
degrada con reformas laborales los derechos de los trabajadores es un síntoma
claro de la privatización de la política.
¿Tendrá
culpa la democracia enmascarada en totalitarismo que padecemos? ¿Es posible dar
una respuesta democrática a la decadencia de la democracia? Sí, pero esa
respuesta implica una voluntad original de profundización. No basta con buscar
tácticas coyunturales en la superficie. Resulta necesario situarse en la llaga,
afrontar la dificultad desde la raíz. Resulta imprescindible dinamitar la
privatización de la política, nacionalizarla, devolvérsela a los ciudadanos.
Hace falta encauzar la rebeldía callejera que se indigna ante el
empobrecimiento generalizado de la realidad, llevarla a un lugar de decisiones
institucionales que puedan combatir la injusticia. Detener un desahucio está
bien, pero el reto importante es cambiar la ley hipotecaria impuesta durante
años por los partidos que gobiernan contra los ciudadanos y a favor de las
entidades financieras. La política de la gente común debe entrar en el
parlamento, reconquistar sus escaños, tomar medidas. Conviene saber el ancho y
el largo del poder. Sin necesidad física.
El
sufrimiento de unos puede ser provocado por la ambición de otros. De ahí que
esta ambición supone una toma de responsabilidad, y responsabilizarse significa
siempre pensar en el poder. La meditación sobre el poder es el único compromiso
personal que permite una ilusión colectiva. El poder está en los gobiernos, o
en los bancos, o en el entramado de los grandes empresarios, o en la presión de
los especuladores sobre las directrices europeas…, o en nosotros mismos. Somos
ciudadanos porque tenemos derecho a ser dueños de nuestro sí y
de nuestro no.
Incurrir
en el pecado del silencio cuando se debería protestar, nos hace cómplices y
cobardes. La protesta,
la huelga, el orgullo del no, es muy importante. La agitación callejera supone
aprender a decir no ante los abusos de los gobernantes, ante
las injusticias de los poderosos, el impudor de los corruptos y las decisiones
que privatizan lo público y publican o espían lo privado. Pero también es
importante el orgullo del sí, la participación afirmativa en la
voluntad de cambiar las cosas, el imperativo ético de no ser cobarde, de no
mantenerse en los márgenes, de sumarse a las mareas y las ambiciones
colectivas. De la indignación individual del no, debemos pasar
al sí de la política.
De
mismo modo que a la sociedad española ha demostrado en los últimos tiempos que
sabe decir no. Ahora es el tiempo de aprender a decir sí a
una dinámica que reconquiste la política, la salve de su privatización y la
convierta en un patrimonio de los ciudadanos. Los partidos y los sindicatos que
se mantengan fieles al sistema decadente están llamados a fosilizarse o a
desaparecer. Desaparecer supone una ruina para ellos mismos. Fosilizarse
significa formar parte de la estrategia represiva de las élites contra la
gente.
OTROS ENLACES DE INTERÉS DEL BLOG DE JUAN PARDO
Cuanta razón tienes.
ResponderEliminarEstamos demasiado cómodo viemdo como nos chupan la sangre.
ResponderEliminarJuan, no le des vueltas, tenemos lo que nos merecemos.
ResponderEliminar