Rubalcaba ha
comparecido ante los medios para decir que piensa permanecer en el cargo hasta
2016, fecha en que concluye su mandato de secretario general del PSOE. El líder
de los socialistas ha dicho que le gustan las críticas dichas a la cara, sin
recurrir a los medios. Sobre los resultados electorales, calificó de
“previsibles” los obtenidos en Galicia y de “aceptables” los cosechados en el
País Vasco.
El líder
socialista, no podía imaginar que tras
el recuento de los sufragios se convirtiera en personaje estelar de la noche
electoral, hasta el punto de robar protagonismo a los ganadores. Fue más
llamativo el doble descalabro del PSOE que los triunfos de PNV y PP. Pero lo
que debió de resultarle más irritante es que en vez de cuestionar el futuro
político de Pachi Vázquez y Patxi López, las miradas se volvieron hacia su
persona, dando por descontado que su liderazgo quedaba en entredicho. Para
romper el cerco de las críticas ha dado un paso al frente autoafirmándose:
agotará el mandato y no considera negativos los resultados electorales. Hablar
sobre la duración de su etapa como secretario general es entrar en
especulaciones, aunque puestos a especular, aventuro que los principales
liderazgos nacionales han entrado en una fase de provisionalidad. Ahora bien,
sólo desde un injustificable conformismo se pueden dar por “previsibles” y
“aceptables” los datos arrojados por las urnas. No entiendo cómo se puede dar
por prevista la pérdida de 227.000 votos y siete escaños en Galicia, cuando las
otras formaciones de izquierda sacaron, globalmente, 60.000 sufragios más que
en los anteriores comicios; ni me parece que quepa ensayar una visión neutra
ante la pérdida de 106.000 votos y 9 actas de diputado en el País Vasco, cuando
sumadas las pérdidas de los otros tres partidos.
Rubalcaba, como líder
de los socialistas confiesa que todavía no ha construido una alternativa al PP.
Ese es el problema de fondo, la ausencia de un discurso creíble tras los ocho
años de Zapatero. A la herencia económica dejada por el último presidente
socialista se añade la quiebra de la cohesión territorial, con la presentación
en sociedad del debate sobre la autodeterminación. Aquel “Estatut” acordado
entre Zapatero y Mas fue el prólogo de la demanda de independencia.
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