
Lo más llamativo de esta “reunión, aun no
llega a manifestación es el espectáculo político de que los representantes del
pueblo, en lugar de ser respetados, se enfrentan con un ludibrio cada vez más
generalizado. En lugar de llamar nazis o rojos a los que se manifiestan, los
dirigentes políticos deberían meditar sobre esta realidad incuestionable: la
clase política española ocupa el tercer lugar entre los diez grandes problemas
que atosigan a los españoles. Los partidos políticos deberían ser la solución a
los problemas de España. En lugar de eso se han convertido en el primer
problema.
La codicia económica de los partidos
políticos, el despilfarro, la mediocridad general, la corrupción creciente
aunque todavía minoritaria, han encendido las hogueras de la ira popular. Los
indignados no se han dirigido a protestar ante los ministerios de Hacienda o de
Trabajo. Con buen criterio han sitiado a los partidos políticos y a sus
representantes. Que en una democracia plena como la española, el pueblo
soberano esté que brama contra los representantes elegidos en las urnas
demuestra el grado de estolidez a la que hemos llegado y la tórpida actuación
de los partidos políticos. Los torpes políticos de hoy quieren llamarse, María de primer nombre, Úrsula que quinto y ser apoderado del comunismo. Ya, no hay políticos nobles de ahí que en los restaurantes, en las cafeterías, en las plazas, en el fútbol, en los lugares públicos, en la calle, si la gente advierte que está un político al que conocen, lo normal es que le abucheen y le increpen. En lugar de descargar las culpas sobre los indignados, nuestra clase política debería dedicar tiempo a trazar un plan inteligente para recuperar el prestigio perdido.
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