Desde el momento en que nuestros líderes, nuestros dueños, nuestros amos
Estado Unidense y europeos deciden mantener la tensión provocada por el video y
las caricaturas ofensivas a Mahoma alegando su infranqueable compromiso con la libertad de expresión, uno de los valores
absolutos tanto de la izquierda como de la derecha. Ya se cuestiona que solo
sean nuestros “dueños políticos”, para mi, que también son nuestros amos
mentales. Todas las cortapisas que ponen son ¡Mentira! Hace unos días, en Gran
Bretaña, prohibieron publicar las fotos del topless de Kate Middleton, solo porque son tetas más que reales
de realeza; en el 2010 Barak Obama pidió a los medios de comunicación que no
publicasen las fotos de agresiones sexuales a las mujeres iraquíes cometidas
por sus soldados, ni pensar quiero si hubiese sido al contrario; si intentas demostrar,
públicamente, que Franco no era dictador y, en cambio, nuestros actuales dueños son tiranos, nadie te
publica. En varios países europeos, cunas de la razón, es delito cuestionar la
historia oficial del Holocausto, y un inquieto investigador acabaría en cárcel.
Es más, si el soldado Bradley Manning está en prisión por pasar a Wikileaks un
video sobre los crímenes del ejército de EEUU en Irak, acusado a “poner en
peligro la seguridad nacional” ¿por qué no retiran este video que también pone
en peligro la seguridad de miles de occidentales estacionados en la zona?
Es más que sorprendente
que los exaltados en distintos países no salieran de la misma forma masiva
cuando se revelaron las torturas en Abu Ghraib, las fotos de los militares de
EEUU orinando sobre los cadáveres de civiles afganos, ni contra decenas de
Guantánamos y cárceles de la CIA abiertos de par en par por el mundo. ¿Por qué,
en vez de quemar edificios, no piden a sus mandatarios, por ejemplo, cortar el
suministro del petróleo a EEUU y Francia? ¿O es que la retorica populista,
tanto la anti islámica como la anti occidental, sirve para entretener a los
pueblos, y no para arañar los intereses reales del gran capital?
Posiblemente estemos ante un guión bien diseñado por manos
invisibles en ambos bandos, interesadas en aumentar la tensión, exportando la
crisis interna. A través de la prueba y el error ya sabían que una provocación
religiosa conllevaría a la reacción deseada: la guerra entre una civilización
occidental tolerante y divertida contra un Oriente musulmán oscurantista y
amargado. Un cliché que incluso ha forzado al propio presidente Barak Obama a
jurar y perjurar, varias veces, que no es musulmán.
Desde una provocación
premeditada y una indignación prefabricada, buscan conseguir la enemistad entre
las victimas planetarias de la crisis financiera, mientras los ladrones de
guante blanco y la extrema derecha de ambos bandos se retroalimentan: siembran
odio y violencia ciega, desvían la opinión pública mientras conducen el caos controlado.
Todo Occidente, esta
crisis ponen a prueba, en la víspera de las elecciones presidenciales de EEUU,
la cristiandad de Husein Obama, mide su reacción ante los acontecimientos, y su
capacidad para salvar los intereses excepcionales que la superpotencia se ha
adjudicado por el mundo.
Sin lugar a dudas el
propio Obama intentará sacar provecho de esta situación, y, alegando la
peligrosidad de esta zona para sus soldados y la imposibilidad de civilizar a
sus habitantes, lleve a cabo lo que es su verdadera obsesión: contener y
disuadir a China, trasladando a sus tropas del Oriente Medio al Oriente Lejano.
El conflicto actual entre China y Japón, aliado estratégico de EEUU, por unas
islas, puede venir como anillo al dedo.
La imagen de algunos
miles de exaltados que ni han visto la película hace invisible a los 1.200
millones de musulmanes que,
indiferentes a éste barullo, intentan sobrevivir en la jungla del mercado
capitalista, a los dictadores y sátrapas corruptos, y a las guerras que no
paran de perseguirles.
El principal problema
de la humanidad sigue siendo la obscena brecha que separa a unos pocos ladrones
de guante blanco y de todos los credos, de los cientos de millones de
hambrientos, también de todos los credos.
Un día, cuando el rey subía las escaleras del palacio, Maliyak, su
bufón y su querido, apareció detrás de él y le pellizcó las nalgas.
- “¿Cómo te atreves, desgraciado?”, gritó, estupefacto el monarca.
- “Disculpe Majestad –dijo el bufón-, pensé que era la reina”.
Las culturas del mal
llamado mundo musulmán (compuesto
por 54 países diferentes que ni la religión les une) están marcadas por su
milenaria literatura y poesía humorística y satírica. En esta genial fórmula
picante de expresión popular, nadie se queda a salvo ni hay línea roja.
En esta área geográfica que dedica poco
espacio a las artes visuales lo que arrasa son películas de amor con final
feliz. Los líderes religioso-políticos, a pesar de disponer de un mar de
petrodólares, han sido incapaces de utilizar el séptimo arte para fabricar
películas de propaganda religiosa, un vacío que se llena con producciones
basura al estilo del clip de la discordia. El único film sobre la vida de
Mahoma, El Mensajero, que fue
protagonizado por Anthony Quinn e Irene Papas, lleva la fecha del 1976.
Si bien el humor y la sátira se distinguen de la burla y mofa de una idea,
una persona, o un grupo étnico, en la literatura persa, turca y árabe abundan
textos sarcásticos que tratan cuestiones políticas, sociales e incluso
religiosas. Sólo en la lengua persa hay al menos un centenar de páginas en
internet dedicadas exclusivamente a chistes. En ésta tierra, hasta iletrados
tienen memorizados los Robaiyat del rebelde agnóstico Omar Jayyam, quien hace
doce siglos convirtió el hedonismo en una doctrina de buen vivir, cuestionando
no solo el veto religioso sobre los placeres mundanos, sino las promesas
divinas acerca de la vida placentera en un paraíso que él dudaba de su
existencia
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