Puigdemont y su perro Sánchez, amenazan con aprobar la Ley de la amnistía o llenan España de cagadas de perro.
Han estado riéndose de nosotros en nuestra cara, a costa de nuestros madrugones, nuestro estrés, nuestros miedos, angustias, desvelos y nuestro trabajo
A
la señora Armengol le daba asco. O eso dice, que ya barruntamos que es
mentira. Otra más, hemos perdido la cuenta. A mí me pone de muy mala
leche. Cada vez que me miro al espejo, me veo más cara de boba, por no
emplear un calificativo más altisonante. Estuve meses encerrada en casa
contra mi voluntad. Con mis derechos y libertades cercenados y amenazada
por todo tipo de multas. En el Parlamento, apagaron la luz y ahogaron
la voz de mis representantes políticos, capacitados para indagar y
supervisar de cerca la actuación de un Gobierno con poderes
engrandecidos. Ilegalmente, según sentencia del Tribunal Constitucional
que llegó tarde. Y ahora sabemos que, mientras por la tele nos echaban
películas de Estallido para ayudar a que afloraran libremente
nuestras tensiones, mientras nos adormecían con eternas y soporíferas
charlas bolivarianas de los ministros y su presidente para hacernos
creer que estaban ocupados y preocupados por nuestra salud y la de
nuestra economía, andaban por esas calles desiertas, sin atascos y con
escolta, visitando a los amiguetes empresarios y otorgando negocios y
comisiones millonarias a los de la pandilla, el ginecólogo, el hermano o
el primo y vaya usted a saber a cuántos más. Acabaremos por enterarnos.
Estos
tipos andaban por España como Pedro por su casa, porque la habían
dejado desierta para disfrutarla ellos solitos. Sólo faltan las noticias
sobre las noches de parranda, bien regadas de alcohol, con mariscadas y
en prostíbulos, que también saldrán, ¿qué apuestan? Por supuesto,
pagadas de nuestro bolsillo, que ya nos advirtió Carmen Calvo que el
dinero público, según la doctrina de Ferraz, no era de nadie. Es decir,
es de ellos. O como tal lo usan. ¿Asco? Asco, cabreo, indignación es
poco. Han estado riéndose de nosotros en nuestra cara, a costa de
nuestros madrugones, nuestro estrés, nuestros miedos, angustias,
desvelos y nuestro trabajo.
Una
conducta así habría hecho caer a cualquier Gobierno en Europa. Si tanto
le preocupa a Yolanda Díaz lo que hacen nuestros socios comunitarios,
bien haría en tomar nota de lo que ocurrió en Downing Street en vez de
preocuparse por la salud mental de los que trabajamos voluntariamente
hasta altas horas de la madrugada. La estabilidad del Gobierno no sólo
está en manos de Puigdemont, al que ya han comprado con la amnistía
absoluta. Otra corrupción más, la más grave. A cara descubierta. Está en
manos de Sumar, asqueado, al parecer –o eso nos ha dicho–, con los
indultos a la corrupción. Que empiecen a mirar bajo las sillas de la
sala del consejo de ministros, que aparecerá el que colaboró, la que lo
sabía y la que lo tapó. Y está en manos, sobre todo, de un Partido
Socialista, que es el que nos ha colado en las listas a unos candidatos
que no son dignos de representarnos. De todos los gobiernos autonómicos
del PSOE a los que ofertaron las mascarillas los chichos de Ábalos, tres
se negaron a aceptarlas. Tendrán que decir por qué. ¿A qué esperan?
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