Los únicos aliados firmemente asentados que le quedan a España en la región son Cuba, Nicaragua y Venezuela. Es decir, los que no tienen elecciones libres. Tiemblo pensando qué lecciones puede sacar Pedro Sánchez de ello
Es
imposible sentarse con nadie que te diga que todo va bien y que no hay
que preocuparse. Hasta los socialistas más acérrimos admiten que algunas
cosas podrían hacerse mejor. Aunque al final hay que reconocer que los
que conceden esas críticas menores siguen votando ciegamente al
sanchismo porque si no sería imposible que Sánchez hubiera logrado siete
millones largos de votos en las últimas elecciones generales.
Ayer
conocíamos nombramientos como los de Susana Sumelzo como secretaria de
Estado para Iberoamérica y el Calibre, asunto del que se le atribuyen
aproximadamente los mismos conocimientos que a un servidor de ustedes
sobre astrofísica; a Pekín se envía como embajadora a Marta Betanzos,
que lleva años en Lisboa dedicada al dolce far niente –hasta los
franceses nos han quitado los contratos de los trenes– y ahora podrá
hacer engordar un poco su cuenta corriente en Pekín, donde el papel de
España es absolutamente secundario. Pero si no ha sido capaz de
gestionar el papel de país principal que tiene España en Lisboa ¿qué
cabe esperar de su embajada en Pekín?
Del papel que ha tenido hasta ahora la secretaria de Estado de Asuntos Exteriores y Globales con José Manuel Albares Napoleonchu sólo
cabe decir que ha estado a la altura del sectarismo que el ministro
espera de todo lo que le rodea. Y como ha cumplido muy bien con la tarea
encomendada, ahora se le envía a Washington. Y ésa sí que no es una
embajada secundaria. Hubo un tiempo, no hace tanto, en que España jugó
un papel preeminente en la capital norteamericana. Hoy España ha perdido
el norte allí y en todo ese hemisferio. Y eso que Sánchez se las
prometía muy felices tras la caída de Trump y la llegada de Biden.
Pero
el desnorte de España en las Américas queda más claro cuando se echa
una rápida ojeada a la marcha del continente que nos ponen de manifiesto
las citas con las urnas. Todos sabemos por quién apuesta España al otro
lado del Atlántico desde que llegó Sánchez a la Moncloa. Y
especialmente desde que Napoleonchu ocupó la cancillería. Nuestro
alineamiento con los candidatos del Foro de Sao Paulo y el Grupo de
Puebla ha dejado a España en compañía de los más radicales que quieren
acabar con la democracia verdaderamente igualitaria e imponer una nueva
versión del comunismo. Pero a este grupo bolivariano, con el que el
Gobierno español parece encantado de entenderse, no le va tan bien. Un
rápido repaso: Ecuador y Argentina han tenido elecciones presidenciales y
se han impuesto los candidatos contrarios a la izquierda. Yo no diré
que Milei es un candidato de derecha, pero sí digo, sin dudarlo, que
Massa era candidato de la izquierda más intervencionista. En Chile la
derrota del borrador de Constitución mayoritariamente apoyada por la
derecha le sirve a la izquierda para volver a la denostada constitución
nacida bajo Pinochet –y reformada posteriormente–. No tengo entendederas
suficientes para comprender, si era tan inaceptable esa carta magna,
que los chilenos hayan rechazado dos propuestas alternativas y
radicalmente distintas entre sí. Y en las últimas elecciones locales y
regionales en Colombia hemos visto la debacle de Petro y su entorno. Los
únicos aliados firmemente asentados que le quedan a España en la región
son Cuba, Nicaragua y Venezuela. Es decir, los que no tienen elecciones
libres. Tiemblo pensando qué lecciones puede sacar Pedro Sánchez de
ello. Definitivamente hemos perdido el norte.
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