¡Francia arde! España quemada. «Por poca historia que conozcamos sabemos que
cuando se empiezan a quemar libros hay riesgo de que arda todo» No imagino una
vida sin devorar noticias de última hora, análisis mejores y peores… Y menos una
en la que la política no marque el pulso diario. Este martes se cumplirá una
semana desde que empezaron los violentos disturbios que han sembrado de fuego y
destrucción demasiadas ciudades francesas. Durante el fin de semana supimos que
ese patrón de incendios con violencia, a manos de adolescentes hijos o nietos de
inmigrantes magrebíes, se había contagiado a Bruselas y seguía extendiéndose
para alcanzar incluso la ciudad suiza de Lausana. Lo vemos tan lejos que no
forma parte de nuestro debate de actualidad diario. Sorprende, cuando España
está estrenando la presidencia de turno europea, con la inmigración -y el modelo
para su integración- como uno de los asuntos clave. Sorprende también cuando
hace pocos días se extendió por la Península la calima proveniente del humo de
otro incendio muchísimo más lejano: el de los bosques de Quebec. No tenemos la
masa forestal canadiense ni tampoco los banlieues franceses, pero, al igual que
las campanas, este fuego crepita por ti. Por todos. Si la destrucción continúa,
el debate llegará. Ojalá incluya el daño que la subvención con buenismo, en
lugar de la integración con trabajo, ha causado a los hijos y nietos de
inmigrantes en esos banlieues. La clave es la integración. Sin duda, integración
con respeto a la diferencia, pero la palabra ‘respeto’ sólo merece tal nombre
cuando es recíproco. Integración con oportunidades, desde luego, pero también
con la exigencia del cumplimiento de la ley y las normas. No es un detalle menor
que esos hijos y nietos que están incendiando las ciudades de Francia tienen, en
su inmensa mayoría, nacionalidad francesa, y deben (¡deberían!) ser franceses,
con todo lo que ese ‘deber ser’ implica. «Vemos tan lejos los violentos
disturbios en Francia que no forman parte de nuestro debate de actualidad
diario. Sorprende. Este fuego crepita por ti. Por todos» El debate irrumpiría
con toda su crudeza si alguno de esos contagios más allá de Francia afectara a
alguna barriada en territorio español. No tenemos banlieues, pero… ojalá no. En
todo caso, me interesa un detalle muy menor de ese probablemente próximo (y, sin
duda, ineludible) debate: el temporal. La capacidad que tienen los sucesos
inesperados (especialmente cuando son catastróficos) de dar la vuelta al rumbo
de los días, de trocarlo todo. El presidente Macron, por ejemplo, no encontró
motivo el miércoles para dejar de acudir a un concierto de su amigo Elton John,
pero los motivos se le amontonaron para anunciar la suspensión del viaje oficial
a Alemania que iba a empezar este domingo. La noche del miércoles fue la segunda
de incendios y destrozos en Francia; fue ese el día en el que los vándalos
prendieron fuego a la mayor biblioteca pública de Marsella… Por poca historia
que conozcamos sabemos que cuando se empiezan a quemar libros hay riesgo de que
arda todo. Una digresión en clave preelectoral. En una de las primeras
entrevistas que el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero concedió en el
agotador roadshow mediático que está realizando como auténtico número dos de
Pedro Sánchez, el periodista le preguntó si un mes es tiempo suficiente para que
el PSOE, junto a sus socios, pueda dar la vuelta al revolcón electoral que los
españoles le propinaron el 28 de mayo en las urnas municipales y autonómicas.
Con la más mefistofélica de sus bondadosas sonrisas, Zapatero replicó: «¿Un mes?
¡Y una semana…!». Le faltó decir: ¡si lo sabré yo! (por si quieren comprobarlo,
la entrevista fue a mediados de junio en la noche en 24 horas, de RTVE). Y lleva
razón. Una semana puede cambiarlo todo. En señaladas ocasiones, con tres o
cuatro días es suficiente. Menos mal que aquí, esta vez, todo irá bien.
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