Los golpistas catalanes preparan otro terrorífico golpe desde la cárcel con ayuda de Zapatero, Maduro y el Govern.
La fiscalía del Tribunal Supremo
pide que los políticos condenados por el 1-O, no puedan obtener beneficios
penitenciarios hasta que no cumplan la mitad de las condenas resultantes y si
la Junta de Tratamiento de la de la prisión considera que están rehabilitados y
arrepentidos. Concluida la fase de la prueba y mantenida la
acusación de rebelión, es obligado reclamar un periodo de seguridad ante
delitos muy graves castigados con penas severas. La Sala Segunda debe atender
esa justa reclamación en su momento, máxime cuando de la actitud de los
procesados no solo no se extrae indicio alguno de arrepentimiento por los
incalculables daños causados a la sociedad; antes bien, los responsables
manifiestan una altanera contumacia. La última prueba de su desafiante voluntad
de reincidencia pudimos atestiguarla en las burlonas fórmulas de acatamiento
escogidas durante la constitución de las Cortes por los presos electos, hoy
suspendidos de sus funciones parlamentarias.
Conceder el el tercer grado a golpistas condenados en
firme constituiría una aberración jurídica. La Fiscalía se anticipa así a la
amenaza de la Generalitat de emplear todos los mecanismos a su alcance -y son
muchos, gracias a la transferencia a Cataluña de las competencias
penitenciarias- para escamotear a los eventuales condenados el cumplimiento
íntegro de la pena fijada. El caso de Oriol Pujol sirve de precedente
revelador: fue condenado a dos años y medio por el cobro de comisiones ilegales
en el caso de las ITV; pasó apenas 57 días encarcelado, hasta que la Consejera
de Justicia Ester Capella de ERC desoyendo órdenes de instancias superiores,
decretó el tercer grado para el primer miembro del clan Pujol en pisar la
cárcel; la juez de vigilancia penitenciaria ordenó su reingreso en prisión,
pero hoy Oriol Pujol ha vuelto a disfrutar del régimen de semilibertad en
aplicación del artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario, una suerte de
tercer grado por la puerta trasera de la que espera abusar de nuevo la
Generalitat de Torra para recompensar a quienes considera unos héroes.
Si ocurriera, los condenados
ni siquiera tendrían que formular una petición de indulto al Gobierno para
esquivar el rigor del castigo. Bastará con que el Ministerio del Interior, hoy
dirigido por Fernando Grande-Marlaska, acuerde la entrega de los sentenciados a
las cárceles catalanas para cumplir la pena, donde pasarán a disposición de un
Govern separatista que tiene las llaves de presidios como el de Lledoners,
donde los procesados ya gozaron de un escandaloso trato de favor. Marlaska
conoce perfectamente la virtualidad del artículo 100.2: si decide enviarlos a
cárceles que están sometidas a un poder autonómico desleal y unos golpistas
condenados se mofan de la justicia impartida por el más alto tribunal del
Estado, el Gobierno de Pedro Sánchez deberá asumir las consecuencias. La
historia nos enseña que los golpes de Estado que antes se repiten son los que
no se castigan.
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