El socialismo actual ha
aglutinado la izquierda pasota y la que pasa de todo. Aquel PSOE de la
transición se ha ido moderando dado que ambas ideologías son, totalmente,
diferentes.
En este contexto de
liquidación de su vocación nacional, que arrancó con José Luis Rodríguez
Zapatero y que Pedro Sánchez ha profundizado tras su alianza con los
independentistas, hay que insertar la decisión de Ferraz de mantener su apuesta
por la plurinacionalidad. El PSOE ya incorporó este concepto a su ideario en el
último Congreso Federal tras exigirlo el PSC. Su integración en el programa
electoral supone que los socialistas consideran a nuestro país una nación de
naciones. Esta nueva cesión a los separatistas ahonda la renuncia del Partido
Socialista a la defensa de España como una nación de ciudadanos libres e
iguales, divisa fundacional de nuestra democracia.
Es sintomático, por mucho
que ya no sorprenda, que el presidente del Gobierno se presente a las
elecciones del 28 de abril relativizando el golpe secesionista del 1-O y
tendiendo puentes con quienes han sido sus aliados hasta la última votación de
la presente legislatura. El desafío independentista sigue lejos de ser
aplacado. No caben, por tanto, vacilaciones en una coyuntura en la que tanto
ERC como Junts per Catalunya anteponen la autodeterminación y, por tanto, la
laminación de la soberanía nacional, al proyecto de convivencia que representa
el marco constitucional y estatutario. El PSOE, sin embargo, rechaza la
celebración de un referéndum pero también la aplicación de nuevo del artículo
155. Propone cambios normativos para dar "un nuevo impulso" al
autogobierno de Cataluña, aunque elude hacer bandera de una reforma
constitucional en sentido federal, que es lo que recogía su programa para los
comicios de 2015 y 2016. Que el PSOE continúe moviéndose en la equidistancia da
alas al nacionalismo. No sólo al catalán, sino también al vasco, tal como se ha
podido comprobar este fin de semana. El ominoso silencio de Sánchez ante los
ataques contra Rivera en Rentería y contra Cayetana Álvarez de Toledo en la UAB
muestra hasta qué punto el Partido Socialista ha dejado de ser un puntal del
constitucionalismo. Ni siquiera el acoso de los proetarras, en una expresión de
odio que revela que la execrable huella de ETA sigue lejos de cicatrizar, ha
mitigado la calculada y onerosa ambigüedad de los socialistas.
El afán de poder y el
oportunismo electoral perpetúan en la dirección socialista el falso axioma de
vincular la idea de nación a la derecha, un grave error de consecuencias
nefastas. Al margen de lo que deparen las urnas, la ruptura del bloque constitucional
por parte del PSOE constituye ahora mismo el mayor lastre del Estado para hacer
frente al chantaje secesionista.
Comentarios
Publicar un comentario