El líder de Podemos debe
pensar que lo que ocurrió en Cataluña fue una obra de teatro infantil
Pablo Iglesias se pierde y
echa las culpas a la oscuridad de la noche. En las circunstancias actuales,
idéntica pregunta puede ser dirigida a otros políticos españoles. Al
lehendakari Urkullu, por proponer la generalización del Concierto vasco, la
cual, con cifras en la mano, supondría que todas las comunidades autónomas
deberían percibir saldos netos del Estado, el cual tendría entonces que vivir
del aire. A Miquel Iceta, quien parece olvidar que el problema de Cataluña es
el resultado de una marcha antidemocrática del Govern hacia la independencia, y
designa en cambio a Ciudadanos como enemigo a abatir. Eso después de que en la
primera proclamación le echara el 10 de octubre un impagable capote a Puigdemont
advirtiéndole, lo cual era falso, que no había declarado la independencia.
Conviene a este efecto
releer el artículo 4.4 de la seudo-ley del referéndum, que obligaba a declarar
la independencia, “mandato” que Puigdemont “presenta” al Parlament, para de
inmediato “proponer” —lo que no fue discutido ni votado— “suspender los efectos
de la declaración de independencia”. Y solo puede suspenderse aquello que ya ha
sido declarado. Declaración unilateral que se repite, tras la cortina del
preámbulo, el 27 de octubre. Otra cosa es que tales DUIs, igual que si hubieran
sido declaradas sin subterfugios por el Govern, siempre carecerían de efectos
legales para el ordenamiento constitucional. Pero declaradas sí lo fueron y
basta con recordar las imágenes de las sesiones y celebraciones.
Hace falta recordarlo,
porque de otro modo acabaríamos creyendo que del 6 de septiembre al 27 de
octubre sólo tuvo lugar una representación de teatro infantil, con niños
actores perseguidos por un ogro. Algo así debe pensar Pablo Iglesias,
escondiendo la mano como aquel aldeano que lanzó la piedra, cuando en nombre de
Podemos su candidato catalán presenta el recurso contra la aplicación del 155.
No habría existido declaración de independencia —Puigdemont dixit— ni acto de
incumplimiento de la Constitución, y los efectos del “mandato” del 1 de octubre
fueron declarados en suspenso (¿por quién?). Tampoco se respetaron “las
garantías de intervención de la Generalitat”, que ciertamente hubiese podido
prohibirse a sí misma, y se ha derogado la autonomía.
Todo un museo de
horrores, propio del alegato torticero de un abogado independentista. Nunca de
quien dice pretender que Cataluña siga en España. Y ahora como antes sobre el
tema, Iglesias renuncia a razonar antes de condenar, ni siquiera llega a
preguntarse qué hubiese debido hacer el Gobierno el 27-O en vez de aplicar el
155. Son ventajas del discurso demagógico, en este caso ejerciendo de
mamporrero político, si nos atenemos a la definición de María Moliner: “Persona
que ayuda a otra a fastidiar a una tercera”. Navajazo mirando a Estrasburgo.
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