La felicidad parece ser la habilidad para apreciar lo que tenemos. Ser feliz es más fácil que infeliz.

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Es difícil definir claramente lo que significa felicidad, pero casi todo lo que hacemos, es con el fin de lograrla y aumentarla o para evitar o y disminuir la infelicidad.
En nuestras manos está aprender a ser más felices.

Especulamos con todas las formas en que podemos ser felices. Nos hemos metido en una espiral en la que este objetivo parece algo esencial e ineludible. Y probablemente lo es. Pero quizás no de la forma en que nos están empujando a creer.

Nuestras emociones nos conforman, nos mueven y condicionan. Por esto, quizás deberíamos comenzar por un ejercicio de autoconocimiento, especialmente en los momentos en que peor nos sintamos. Las investigaciones del neurocientífico A. Korb nos pueden ayudar a ello.

Puede parecernos que en las circunstancias en las que nos encontremos más cansados, desmotivados o tristes, nuestro cerebro esté contra nosotros. Para entender lo que ocurre debemos saber un poco sobre él. Entre otras cuestiones es importante conocer que las emociones como la vergüenza, el orgullo o la culpa producen actividad cerebral en las mismas áreas. La satisfacción es la emoción más fuerte en estas regiones pero, cuando se activa el núcleo accumbens, la vergüenza y la culpa pueden literalmente anularla.

Esta área del cerebro se conoce por ser un centro de recompensa, lo que significa que si permitimos a los sentimientos negativos que tomen el control, nos sentiremos extrañamente confortados. Al menos por un período de tiempo. Es el mismo mecanismo que ocurre con la ansiedad. Ésta es una solución a corto plazo, y activa partes del cerebro que nos hace calmarnos.A corto plazo.

Porque lo que ocurre, tras hacernos sentir bien por un tiempo, es que todo resulta mucho peor. Este proceso está basado en un mecanismo de reacción que lo que consigue es que respondamos para hacernos sentir bien lo más rápido posible. Como hemos comentado, puede funcionar en primera instancia. Pero termina agotándose, puesto que no está yendo a la raíz de lo que nos provoca inestabilidad: el modo automático en el que vivimos nuestras vidas.

Al funcionar por inercia, nuestro cerebro solo reacciona ante aquello que le hace sentir mal. Lo que identifica como peligro. Y trata de controlarlo de la forma que sea. La ansiedad es un reflejo de esta reacción. Nos decimos que lo que queremos es sentirnos bien, cuando lo que realmente estamos queriendo decir es que queremos volver a ese estado automático en que nada nos importuna, o nos ilusiona.

Por esto, y aunque resulte paradójico, nuestros esfuerzos para no estar tristes pueden ser la mejor forma para continuar estándolo. Entonces ¿qué nos quieres decir?¿qué demos rienda suelta a nuestra tristeza si queremos ser felices?

Pues si y no. Como hemos comentado al principio de este artículo, somos todas nuestras emociones. Y aprendemos de ellas. La tristeza nos puede hacer ver aquello que apreciamos, porque lo estamos echando en falta. Pero no es suficiente. El siguiente paso lo tenemos que dar para salir del modo “zombie” en el que estamos mucha parte de nuestra vida. Y la receta es fácil. Hagamos lo mismo que los osos cuando hibernan.

Busquemos todo aquello que nos hace sentir bien, por lo que estamos agradecidos. Y apreciémoslo. Así en los momentos de escasez, tendremos en donde refugiarnos.

Este ejercicio de consciencia -que no de reacción-, nos descubrirá a personas maravillosas que están a nuestro lado o a lugares magníficos que transitamos todos los días, despertándonos de nuestro letargo en vida.

En definitiva, la felicidad parece ser la habilidad para apreciar lo que tenemos sin necesidad de esperar a perderlo para hacerlo.


Felicidad para lo que queda de año y para el nuevo año 

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