Hasta la legendaria tumba de Jonás -el de la ballena- han volado los yihadistas y vienen para España en patera de 4 motores.
La legendaria tumba de Jonás,
el de la ballena, se encontraba en Mosul, Irak. La albergaba una iglesia cristiana de rito asirio, luego
convertida en mezquita. El sepulcro lo cubrían suntuosas alfombras persas
ribeteadas con hilo de plata. Incluso se conservaba, como reliquia, uno de los
dientes de la famosa ballena, y que hay que suponer que Jonás se había llevado
consigo como si fuese el ratoncito Pérez. Así que, de querer darle base
científica a la leyenda, habría que suponer que el monstruo era un cachalote,
porque las ballenas no tienen dientes.
Hablo en pasado, porque ni
mezquita ni sepulcro ni alfombra ni diente existen ya. Lo volaron todo con
explosivos los hombres del Estado Islámico, siguiendo su costumbre de destruir
lo que ellos consideran ídolos que incitan al paganismo y a la ignorancia.
Curiosa idea esta de que la belleza es barbarie y la barbarie, belleza.
Curiosa, pero no infrecuente. El caso es que ahora los soldados iraquíes y los
guerrilleros kurdos que terminaron de tomar esta semana Mosul se han encontrado
con que ya solo se sostienen parte de las fachadas exteriores, como un decorado
de teatro. En el interior no hay más que una pila de escombros. Es como si al
edificio, y a la leyenda que contaba, le hubiesen extraído las entrañas para disecarlo
como a un búho.
Queremos creer que el Estado Islámico cayó
sobre Mosul como una maldición inesperada, pero por desgracia no es así. Los
propios vecinos no tienen inconveniente en reconocer que la mayor parte de la
población recibió a los hombres del Califato con los brazos abiertos. Algunos
lo hicieron por pragmatismo o por resignación; otros porque realmente creyeron
que lo que traían estos guerreros del desierto era una utopía de la virtud.
Naturalmente, enseguida empezaron las delaciones, las detenciones arbitrarias,
los latigazos por escuchar música, las ejecuciones, la prohibición de que las
niñas fuesen a la escuela, la obligación (para los hombres) de llevar la barba
de una longitud determinada y la prohibición (para las mujeres) de mostrar el
rostro o incluso las manos en público. Los que habían aplaudido a los radicales
se engañaron a sí mismos pensando que los yihadistas habían cambiado, cuando la
realidad es que no hacían sino cumplir lo que habían prometido: una ciudad
gobernada exclusivamente por la virtud.
El problema es que la virtud en estado
puro, sin disolverla convenientemente, constituye un potente tóxico. Para
cuando muchos se dieron cuenta, era ya demasiado tarde. Más que destruir la
tumba de Jonás, se puede decir que los hombres del Estado Islámico la
extendieron a toda la ciudad, porque el conjunto de Mosul se convirtió en una
tumba, y la historia que contaba seguía siendo parecida. Como se sabe, en los
libros antiguos Dios envía a Jonás a predicar a la ciudad de Mosul, pero él se
echa atrás en el último momento y se embarca para poner mar por medio.
Los
marineros lo tiran por la borda porque creen que es el culpable de una
tormenta. Entonces un pez gigante -la Biblia no específica que fuese una
ballena- se lo traga de un bocado, y allí permanece durante tres días con sus
noches. No es exactamente que las leyendas no existan. El mito es lo que nunca
fue y siempre será. Como Jonás, Mosul también ha permanecido durante tres años
con sus noches en el vientre de la ballena. Finalmente, el pez monstruoso ha
abierto la boca y, dolorosamente, sus habitantes van saliendo de su vientre,
por entre los dientes afilados, deslumbrados por la luz del día.
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