Iglesias y Sánchez sin escrúpulos que no ven más allá de sus propias ambiciones, acompañados de ls FARC, puede destrozar España.
También, claro está, de los
partidos, al fin y al cabo grupos de personas que venden la imagen de familias
armoniosas y viven de hecho como pueblos conflictivos. ¿En qué momento se jodió
el PSOE? Es una pregunta que urge responder. Pues no extraña la insistencia de
un Sánchez sin escrúpulos que no ve más allá de sus propias ambiciones. Lo
sorprendente es que quien solo tiene en su haber los dos peores resultados
electorales de la reciente historia del PSOE haya logrado, contra casi todo lo
que institucionalmente son aún los socialistas, el aval de casi la mitad de su
partido.
Lo increíble es que haya obtenido ese apoyo un político que propone
como solución al marasmo ideológico del Partido Socialista -en gran medida el
de la socialdemocracia europea-, la vuelta a las esencias de una izquierda
antigua y oxidada, que acaba de ser barrida en Francia y va a serlo en junio en
Gran Bretaña. ¿Cómo entender que, a base de practicar el más descarado
populismo, haya podido Sánchez volver en olor de multitud? ¿Cuándo se inició la
ruptura interna en que su infantil izquierdismo se sostiene?
Parece obvio: con
la llegada del zapaterismo al mando del PSOE. Pues fue Zapatero quien puso
patas arriba los grandes consensos sobre los que el socialismo español se había
renovado: la defensa de la transición como modelo, de la Constitución como gran
acuerdo nacional, de la reconciliación como sincero acto de memoria colectiva y
de la descentralización como pacto refundador de una España plural y unida.
Zapatero, al servicio de una componenda de corto recorrido con los comunistas y
los nacionalistas, barrió todos esos consensos y abrió en el PSOE la brecha
política profunda que lo ha conducido a su actual atolladero. Y todo, ¡tiene
narices!, por mero tacticismo.
El mismo que explica que ahora, en lugar de
apoyar al candidato que dice defender lo que sostenía Zapatero cuando estaba en
la Moncloa (la nación de naciones, el pacto con la izquierda y los
nacionalistas, la superación de la tradición socialdemócrata, el revisionismo
de la transición y de sus logros, entre otros de la Constitución), el
expresidente apueste por una candidata que proclama lo contrario. Nadie
debería, sin embargo, confundirse: Sánchez es zapaterismo puro y duro. Así lo
demuestran sus bandazos, su tacticismo, su inanidad ideológica y política, su
oportunismo, su populismo y, en suma, su marxismo de pacotilla: él dice tener
unos principios, pero, por si no gustan, tiene otros, y otros, y otros…
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