Lo de Rufián es propio de un rufián.

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Ya lo decía Alfonso Guerra, en política quien no insulta o provoca reiteradamente, no sale en la foto y si no sale en la foto, en las próximas elecciones se queda sin sillón y pasa a ocupar la silla de su casa. Alfonso va a pasar a la  historia como un político inteligente cuando, realmente, solo ha sido un vividor parlamentario.

El proceder de Guerra se lo ha aprendido a las mil maravillas, el diputado de Esquerra Republicana Gabriel Rufián, solo que este es más tonto que el sevillano y, en la mayoría de los casos, gasta artillería pesada para matar un mosquito cuando con un mata mosquitos tendría hasta recambio por si falla.   

Lo que muchos votantes no han entendido es por qué y a cuento de que venía ese  juicio sumarísimo- al exjefe de la Oficina Antifraude de Cataluña, Daniel de Alfonso, y el exministro del Interior, Jorge Fernández Díaz. No se recuerda una mayor colección de improperios dirigidos a personas en una sola sesión y por una sola persona: mamporrero, lacayo, mafioso, corrupto, para terminar en el caso de Daniel de Alfonso con un sonoro: «Hasta pronto, gánster, nos vemos en el infierno». Mucho más a sabiendas de que su partido político, ERC; al igual que Ada Colau y su banda van a abandonar, momentánea o definitivamente,  la carrera independentista.

Aunque todos pensamos que Rufián será el próximo líder de Podemos en Cataluña y Podemos como tal en Cataluña tiene menos porvenir que el mosquito antes reseñado.

Si el presidente de la comisión no le reprendió, tampoco tengo por qué hacerlo yo. Lo que lamento es la forma de interrogar para tratar de obtener alguna luz sobre el asunto investigado, que es lo que se grabó en el despacho de Fernández Díaz. Rufián no es que pregunte; es que acusa. No es que pida información; es que, cuando se intenta dársela, no deja hablar al interrogado. Le corta, le interrumpe, le descalifica, con la disculpa de que solo dispone de quince minutos ¡Manda huevos¡. Y quiere aprovechar ese cuarto de hora para dejar su mensaje, no para recabar información. Acude a la sala del Congreso con una sentencia ya dictada y le importa un pimiento lo que le pueda explicar su interlocutor. Eso no es parlamentarismo. Eso es un tono autoritario, impositivo, en el que no existe más verdad que la suya. Dios nos libre de que gente así llegue a gobernar, y a lo mejor llega a gobernar Cataluña este mismo año.


Importa ese detalle de la posesión de la verdad y la negación de las razones de los demás, porque Rufián es independentista y este comienza a ser el lenguaje y la forma de quienes dicen, por ejemplo, «referendo sí o sí». Importa anotar la intransigencia que hay en su discurso, porque lamentablemente hay síntomas de que se empieza a apoderar de nuestra vida política. Importa anotar la proliferación de un discurso que no tiene por objeto pensar en los problemas del país, sino en el puro interés o el lucimiento personal. E importa de forma especial que todas las descalificaciones de Rufián tienen un objetivo de fondo: crear un estado de opinión destinado a demostrar que el Estado español es un Estado mafioso, conspirador, dominado por policías corruptos, maniobras oscuras y burlas de la ley. Es lo mismo que van predicando por el mundo esos grandes patriotas venidos a menos, Romeva y Puigdemont.

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