Recuerdo aquello de la
casta, concepto de éxito, que logró hacerse un hueco en el diccionario
político. Pero el tiempo pasa, desgasta a las personas y a los conceptos, y
hubo que buscar un sucesor. Y así, en la monarquía de las palabras, nació la
trama, bastante más agresiva, desafiante, acusadora y con vocación de denuncia
global.
Tratándose de Podemos, lo que se quiere denunciar es al régimen mismo,
como fruto de una confabulación de los poderosos económicos y políticos,
empresarios y dirigentes de partidos y gobiernos de intereses comunes e
intercambiables, que se apoyan mutuamente, anulan la competencia y constituyen
el poder real. Es decir, el demonio que ha arruinado a este país y le ha
restringido sus derechos sociales.
Esa filosofía se transformó
ayer en un autobús que los máximos dirigentes de Podemos, Pablo Iglesias e
Irene Montero, sacaron a la calle con gran aparato mediático. Lo llenaron de
periodistas, lo pasearon por delante del PP y de algunas grandes empresas,
mientras Pablo e Irene explicaban por qué con gran maestría. Parecían guías de
turoperadores que, micrófono en mano, mostraban a un grupo de turistas los
encantos arquitectónicos de Madrid.
La verdad es que querían hacer lo que ellos
suponen que es el tour de la corrupción. De la corrupción de la derecha,
naturalmente. Como operación propagandística, la idea de la trama autobusera es
de diez. Hacía tiempo que Podemos no ocupaba tanto espacio en los telediarios y
en las redes sociales. Pocas veces se hizo una publicidad de mejor relación
impacto-precio.
Yo mismo estoy colaborando ahora mismo de forma gratuita en esa
relación. Otra cosa es la calidad política. Podemos entiende que se puede
mezclar impunemente a políticos en activo sin tacha ética como Mariano Rajoy
con investigados, procesados, juzgados y presos preventivos. Piensa que el
mundo ajeno a su partido es la suma de todas las maldades y hay que llevarlo al
patíbulo de ese autobús para su escarnio y juicio popular. Y, como solución,
ahí están ellos, los de Podemos, que limpiarán a este país de tanta morralla. Es
su forma de hacer política: sacar la guillotina ideológica a la calle.
No les
niego que, en algunas de las caras pintadas en el autobús tienen razón. Pero,
como se empiece a hacer política de esta forma, se convertirá la calle en un
vertedero. ¿Imaginan ustedes la cantidad de iniciativas, preguntas e
interpelaciones que se podrían hacer en el Congreso con las hazañas de esas
caras que pasean por la ciudad? Esa sí que sería una auténtica operación de
limpieza pública. ¡Ah, pero sería hacer política parlamentaria y Pablo Iglesias
optó por la agitación en la calle! Por eso, entre otras razones, marginaron a
Íñigo Errejón.
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