El ministro Alfonso Dastis
se sorprende de que «alguien en el Reino Unido está perdiendo los nervios». A
lo mejor no son nervios, señor ministro. A lo mejor es que en el Reino Unido
ocurre lo mismo que en España: que se saca de la chistera el conejo de
Gibraltar para ocultar otros temas. La esencia y los peligros del brexit, por
ejemplo. O el asunto que realmente romperá el Estado británico, que es la
posible independencia de Escocia.
Es muy probable que el
exceso verbal de algunos políticos se deba a esas otras realidades. Gibraltar
excita el nacionalismo británico. Es su joya de la Corona. Es el emblema
europeo de su potencia colonial. Hablar de su pérdida, ponerlo al mismo nivel
que las Malvinas, levanta el espíritu de los ciudadanos cuando corren el
peligro de caer en el pesimismo histórico.
Y, para el Partido
Conservador en el poder, es una forma de contrarrestar el olvido de cualquier
referencia a la Roca en la carta que Theresa May envió a la Comisión Europea.
Sostengo esta tesis porque, como ha venido a decir nuestros ministros de
Asuntos Exteriores, no hay ninguna razón que justifique el nerviosismo ni las
salidas de tono que se escucharon los últimos dos días. La única verdad actual
del interminable contencioso es que la Unión Europea otorgó a España el derecho
de veto sobre los futuros acuerdos en la negociación del brexit.
Para encontrar alguna
referencia a demandas españolas habría que remitirse a cuando García Margallo
indicó que la salida del Reino Unido de la Unión Europea dejaría también fuera
a Gibraltar y la solución para los gibraltareños sería la cosoberanía española
y el diálogo directo Madrid-Londres. Ahí se acabó, por el momento, toda la
«reclamación» española. Lo que se dijo desde el Gobierno actual, por el propio
Dastis, ha sido lo contrario a cualquier posición de dureza: se opta por un
brexit suave y se anuncia que no se cerrará la verja.
Ahora bien: tendría narices
que a España le correspondiese el papel de «enemigo exterior» que los Estados
en dificultades necesitan como mecanismo de unión de una opinión pública
temerosa y dividida. Y no lo descarten. Por el momento, un viejo líder
conservador habló en tono bélico. Otro exministro del mismo partido (siempre
conservadores, ¿se dan cuenta?) amenazó con apoyar la independencia de
Cataluña. No tardará en llegar un tercero que diga que los turistas deben
viajar menos a España. Y habrá un cuarto que recuerde, como los bolivarianos,
los importantes intereses de empresas españolas en el Reino Unido.
Todo, por Gibraltar. O con
la disculpa de Gibraltar. Y en esas condiciones viajarán a Londres los reyes
Felipe y Letizia. Espero que para entonces alguien haya calmado la tempestad. No
hay ninguna razón que justifique el nerviosismo ni las salidas de tono. La
única verdad actual es que la UE otorgó a España el derecho de veto sobre los
acuerdos del «brexit»
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